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EDITORIAL

por Mario Miguel González

Decir qué es un hispanista resulta, sin duda, mucho más complicado de lo que los diccionarios habitualmente registran. El término latino Hispania nos remite, ciertamente, a los pueblos que habitaron y habitan la Península
Ibérica. Pero, igualmente, a lo largo de la historia se vincularía más específicamente a los que se aglutinaron en la nación española y adoptaron como lengua oficial de esa nación el castellano. Por extensión, las nociones que puedan derivarse de ese término se extienden al ámbito de otros pueblos que, producto de la colonización española, tienen también el español como lengua oficial y de cultura. De ese modo, si un hispanista empieza por ser un estudioso del hispanismo, la extensión y las caracterizaciones de este último término pueden variar mucho y, de esa manera, introducir variantes en la noción de hispanista.
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El hispanismo es, ante todo, una rama del saber. Dice con relación a la lengua, a la literatura, a la historia, a las artes y a la cultura en general de los pueblos aglutinados en España a lo largo de la historia y a aquellos que se configuraron como consecuencia de la acción colonizadora española. Pero la noción no puede quedar restringida a la cultura definida por la lengua oficial de España, ya que vascos, catalanes y gallegos pertenecen igualmente al dominio del hispanismo. De la misma manera, las culturas americanas autóctonas, subyacentes hoy a la cultura hispanoamericana, no podrían desvincularse del dominio de interés del hispanismo.

Entendemos que esa noción amplia, la menos restrictiva que se nos ocurre, es la más válida y la que permite la abertura del estudioso a los diversos aspectos del hispanismo, sin limitaciones que coloquen en la investigación fronteras que la realidad ignora.

De la misma manera, el término "hispanismo" carece en sí mismo de connotaciones ideológicas. Es una forma del saber. En ese sentido, cabría confrontarlo con la noción de "hispanidad". Esta última siempre estuvo de alguna manera vinculada a la idea de un conjunto de naciones a los que España - y su lengua, "compañera del imperio" - habría impuesto características culturales que los aglutinarían necesariamente en torno a los principios que presidieron la acción española de conquista en el siglo XVI. Especialmente en el siglo XX, determinado sector del pensamiento político español e hispanoamericano se sirvió de la noción de hispanidad y de los adjetivos "hispánico" e "hispánica", para intentar establecer la idea de una comunidad de naciones que se pautarían por principios ideológicos comunes; al vincularse esos principios a la acción española, quedaba implícita una cierta subordinación a una "madre patria".

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Nada más ajeno, pues, al hispanismo que la hispanidad. Pero, tal vez, nada menos preciso que la noción de hispanista. La noción de un estudioso del hispanismo nace vinculada a una especificidad: se refiere, en un primer momento, a los extranjeros, a los no españoles que estudian la cultura de España. Así sucede cuando se crea en Oxford, en 1962, la Asociación Internacional de Hispanistas. Pero de la misma manera que esos estudios se abrirían después al campo de la cultura hispanoamericana, pasarían a integrar el grupo de los hispanistas, no sólo los españoles que radicados fuera de España estudiaban su cultura, sino los hispanoamericanos estudiosos de España o Hispanoamérica y los españoles que en España investigaban la cultura nacional o la hispanoamericana. De ese modo, creemos que hay por lo menos tres grupos de hispanistas que, necesariamente, guardan relaciones diferentes con el objeto de su estudio: los extranjeros, los españoles y los hispanoamericanos. Entendemos que, por una razón originaria, el término hispanista siempre guardará una relación más estrecha precisamente con los extranjeros que estudiamos la cultura de las naciones de lengua española. En ese grupo, cabe especial caracterización al hispanismo brasileño.

El Brasil se encuentra en una situación histórica peculiar con relación a los pueblos de habla española. Por un lado, lo hispánico, en un sentido más amplio, no le sería ajeno, en la medida en que la nación es producto de la acción colonizadora de un pueblo oriundo de la Lusitania que integró la Hispania de los romanos. Pero, por la misma razón, el Brasil está marcado por un distanciamiento con relación a lo castellano y a la cultura que, por el camino de esa lengua, habría de imponerse tanto en el resto de la Península Ibérica como en Hispanoamérica. O sea, actúan en el Brasil dos fuerzas opuestas: una que aproxima, por la contigüidad de Portugal y España, por el paralelismo de la acción colonizadora de estas naciones; y otra que separa, por la oposición histórica entre castellanos y portugueses y por las diferencias en el proceso colonizador. Dicha oposición castellano-portuguesa habría de redundar en una marcada rivalidad histórica entre hispanoamericanos y brasileños, reproductora de la oposición peninsular, pero fruto, ante todo, de la ignorancia mutua.

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El hispanismo brasileño tendrá, de ese modo, una característica peculiar: al mismo tiempo que el Brasil presenta una proximidad a la cultura de los pueblos de lengua española, significa también un distanciamiento. Nos parece que ese juego de fuerzas opuestas es benéfico siempre que lo intelectual y racional de los estudios hispanísticos prevalezca, de tal modo que ni la proximidad lleve a oclusiones producidas por visiones idealizadoras ni el distanciamiento se traduzca en condenaciones apriorísticas. O sea, el hispanismo, en el Brasil, presenta condiciones excelentes para la investigación, pero exige que lo pasional, en contra o a favor, sea excluido.

No por casualidad asistimos hoy a una intensificación de los estudios hispanísticos en el Brasil. Sabemos lo mucho que ese desarrollo debe a la democracia, que tanto en la Península Ibérica como en Iberoamérica viene permitiendo el diálogo, por oposición al monólogo consagrado por las dictaduras. Fruto de ese diálogo es, por ejemplo, la interacción del Brasil con sus vecinos que ha producido como fruto más evidente la implantación del Mercosur, con todas las consecuencias culturales que conocemos. De allí a la necesidad de intensificar la investigación hispanística fue sólo un paso. Y eso produjo claramente la necesidad de que los investigadores del hispanismo nos nucleásemos y encontrásemos.

En ese sentido, la revista electrónica Hispanista se propone cumplir un importante papel. Al optar por los recursos tecnológicos de la realidad virtual, Hispanista pone al alcance de todo el mundo, dentro y fuera del Brasil, la posibilidad de un relacionamiento tan intenso como ágil. Y es de gran importancia que la revista haya nacido al mismo tiempo que la iniciativa de crear la Asociación Brasileña de Hispanistas en un primer congreso de la especialidad. El año 2000, sin duda, ha de quedar así marcado como un hito del hispanismo en el Brasil.

 

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