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  LAS MASACRES EN LA NARRATIVALATINOAMERICANA
(Heterodoxia  discursiva)

Nome do Autor: Julia Elena Rial

majusa@telcel.net.ve

Palavras-chaveEnsaio- Canudos- Massacres

Minicurrículo:  Nació en Buenos Aires. Estudió Letras en el Profesorado de Bs.As., filosofía en la U.B.A. Historia de las Ideas en la U. De Chile, Postgrado en Literatura Latinoamérica en la Universidad Pedagógica de Maracay. Docente  en Argentina y Venezuela. Autora de Ensayos y cuentos. Ganó en 1998 el Premio Ensayo Miguel Ramón Utrera en Venezuela. Jurado en el 2001 del Premio Ensayo Augusto Padrón.

Resumo: Desde os fins do século XIX os massacres na América Latina começaram a ser vistos como temas narrativos. Trataremos, neste ensaio, de rever algumas delas e seus correspondentes históricos. Toxcatl, Canudos, Uncia,  Cataví, La Patagonia, La Ciénaga, são protagonistas de ficções cujas envolventes subvertem a História Oficial em uma dialética de ortodoxia histórica, heterodoxia literária.

Resumen: Desde Fines del siglo XIX  las masacres  en Latinoamérica comienzan a ser vistas como tema narrativo. Trataremos en este ensayo de revisar algunas de ellas y sus correspondientes testimonios históricos. Toxcatl, Canudos, Uncia,  Cataví, La Patagonia, La Ciénaga son protagonistas de ficciones cuyas envolventes subvierten la Historia Oficial en una dialéctica de ortodoxia histórica, heterodoxia literaria.

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Las  masacres   que  hasta ayer  azotaban  a  nuestro  mundo latinoamericano, no sólo en el sentido de destrucción del  hombre  sino como  delito social y transgresión de los derechos  humanos, hoy son causa de preocupación universal. La ortodoxia sobre ellas supone una doctrina básica dominante (colonialismo,  positivismo,  liberalismo,  neoliberalismo,  neocolonialismo) en  los  momentos  históricos  durante  los  cuales se produjeron y  donde,  por  lo  general, prevalecían concepciones deterministas. Las masacres  se realizan  para no interrumpir el encadenamiento ascendente en  el  cual  se  considera  que la etapa  histórica  presente  debe  ser superior  a la precedente, sin que nada la enturbie. El  carácter antidialógico  del término masacre, gana una nueva  semántica  en algunos casos: el mesianismo de quien extermina.

La  heterodoxia implica, en nuestro  ensayo,  disconformidad con la doctrina dominante que detenta un poder que quiere asumir los controles sociales. Significa,  además, rechazo a  los exitistas que sólo aceptan las versiones oficiales. La literatura responde  con heterodoxia de pensamiento y lenguaje. Construye  y constituye  un  alerta  para los que se niegan  a  transitar  por caminos  que  pueden significar el riesgo de  encontrar  verdades diferentes  a  las ya consagradas. Muchas veces  las  narraciones develan  lo  que  la historia esconde  tras  proyectos  políticos inhumanos y extraños a nuestras sociedades. Las masacres   forman parte del imaginario narrativo nacional, porque son un trágico y  frecuente quehacer  en  la  vida  latinoamericana.  Conocidas  unas,  otras enterradas con sus protagonistas y encontradas, más tarde, en  la memoria  de  pueblos   cuyos  testigos  ayudan  a  construir  las ficciones literarias.

El  Padre Juan de Rivero nos refiere en su Historia  de  las Misiones  de los LLanos de Casanare y de los ríos Orinoco y  Meta la  brutalidad de Alonso Jimenez cuando, en 1606, responde  a  la afabilidad de los caciques Achaguas mandándolos a fusilar  frente a la puerta de la iglesia que ellos mismos habían  construído.  El testimonio  traspasa  aquí  el umbral  de  la  trampa  ideológica colonial  para  poder legitimar los hechos que  la  ortodoxia  de algunos historiadores enturbia y encubre.

Las  historias  de  Toxcatl, Tupac  Amaru,  Canudos,  Uncia, Cataví,  los Ovejeros de la Patagonia, La Ciénaga  son  referidas  por  correspondientes  textos literarios. José León  Portilla  en Visión de los Vencidos relata la matanza de los Nahuas, por orden  de  Pedro  de Alvarado, mientras celebraban la  fiesta  anual  de Toxcatl.  Los testimonios conservados   dan fe de la  masacre,  y han hecho posible que la ortodoxia oficial de la época no pudiera desvirtuar  los  dramáticos detalles. Este es uno  de  los  pocos casos en el cual el legado precolonial llega intacto al  discurso literario.

Toxcatl   tuvo   su   función   predecesora   en    Cholula, fusilamientos que justifica Salvador de Madariaga en su  historia  sobre  Hernán  Cortés, cuando con lenguaje maleable  manipula  al  lector con la credibilidad de una  cita del  historiador  inglés Munro,  a quien atribuye estas palabras: “La matanza  de  Cholula fue  una  necesidad  militar para un hombre  que  guerreaba  como Cortés” ( Madariaga.1951, p. 290)  El inglés le sirve a Madariaga para  apoyar  su  tesis colonialista  y para referirnos el porqué de una masacre  con  un bi-discurso  que describe  un  Cortés  pedante  y  altanero,  que  se sentía  con derecho para atacar   cualquier  aldea  desarmada, pero  también   era  “valiente y legalista”.  La  distorsión  que muestra  el lenguaje y la prepotencia histórica  se  entremezclan para  desvirtuar  los  hechos.  Es  oportuno  recordar  aquí  a José Carlos Mariátegui quien pensaba que sin sensibilidad política  y clarividencia  histórica no puede haber  profunda  interpretación del espíritu literario.

El  discurso hegemónico minimizó la matanza de  Toxcatl.  En 1568  el conquistador e historiador Bernal Díaz del Castillo,  en Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España,  convierte  en  epopeya  los  latrocinios  y  asesinatos  cometidos  por   los españoles   en  México.  Bernal  Díaz   altera  el   sistema   de comunicación   entre  texto  histórico  y  lector  falseando   la realidad, no respeta el procesamiento verdadero de los hechos  ni la  jerarquización  de los mismos. La ortodoxia  de  la  historia sirve  para  crear  una  hazaña donde Cortés  es  víctima  de  la conspiración de los Nahuas. Los cuarenta años transcurridos entre hechos y texto y la lejanía de México, ya que escribió la obra en Guatemala,  le  sirvió  a Bernal Díaz  para  darnos  una  ficción oficial donde la matanza de Toxcatl pierde sentido crítico.

Si  para  Bernal Díaz, Cortés fue un héroe,  para  Madariaga actuó de acuerdo a una concepción psico-social que consideraba  a  todos los hombres del mundo bajo los mismos patrones de  conducta y  de vida; desde donde se desprende que si los procesos mentales  y reacciones de los Nahuas no eran semejantes a los suyos, la culpa de la matanza la tuvieron los otros, que no eran “otros” sino los  dueños  de su territorio. Cuatro siglos más tarde   Octavio  Paz considera que   cuando la unidad se transforma en uniformidad la  sociedad se petrifica.

Las  narraciones sobre la masacre de Toxcatl se  fraguan  en una  alquimia de contradicciones. Para Madariaga la  masacre  fue  una  reacción de “ruín a ruín”, Alvarado contra los Nahuas.  Para Bernal  Díaz una lucha que caracterizaba el valor a pesar  de  la maldad.   Romero  Vargas  Iturbide  en  Moctezuma  el   Magnífico fundamenta  el  protagonismo de Alvarado, mano  ejecutora  de  la masacre,  en  infundir temor a través de  asesinatos  colectivos. El 14 de mayo de 1520 asesinaron a 10.000 nahuas, hombres y mujeres,  les cortaron las manos   y decapitaron a los músicos, el escritor lo llama ´”Carnicería Ibérica”.   Los  exabruptos ilegales de la época enturbian la comprensión  de la  historia. ¿ Por qué si en 1512 se había promulgado la Ley  de Burgos  en defensa de los nativos, la justicia era  letra  muerta para  los conquistadores? Época de hechos memorables cuando el  Regente Jiménez de Cisneros comparte con Torquemada la exaltación del fanatismo en España.  Hoy esta  ley se nos aparece como un inoperante  y breve texto histórico  archivado en los anaqueles de la colonia. En realidad el derecho español transformó la vida de los habitantes de Latinoamérica, quienes tuvieron que asimilar la supuesta e impuesta legalidad a su hecho indígena, la sutura de cuya simbiosis constituyó un híbrido, luego de resistencias controladas con la sinuosa concepción de Santo Tomás de Aquino de moderar la ira con la mansedumbre, que se transformó en yugo para los pobladores del continente y desató un instinto de defensa de su ya sincrético patrimonio cultural.

La  heterodoxia  narrativa ha llegado a  producir  discursos descriptivos sobre la masacre de Toxcatl, como un incidente más dentro de la historia de México. En México, Historia de un viaje  el escritor brasileño Erico Veríssimo relata el crimen como un error político de Pedro de Alvarado:Quien  había mandado  asesinar estúpidamente   unos   docientos  nobles indígenas” (Verissimo, 1959, p.136) vemos como   aún después de más de cuatro siglos el tema sigue siendo “materia combustible para polemizar”.  Sabemos que es tarea ardua construir un verosímil literario sobre estas masacres,  en  virtud  de  los cambios de interpretación que la diacronía histórica produce.  Lo ocurrido  a los Nahuas, al igual que otros casos  semejantes  que citaremos,  nos coloca frente a hechos terribles para los  cuales debió ser difícil adecuar un sistema narrativo ético y  estético. Etico   en  lo  que  concierne  a  valores,  a  jerarquías  y   a evaluaciones de una sociedad. Estético como estilo de vida de  un pueblo y de una comunidad.

Cada  escritor  tiene su propia visión sobre  las  masacres. Algunos  acuden al realismo  tratando de dar  una  versión  integradora  y  explicativa  de  los  hechos,  de  manera  que  el  discurso  no obnubile la historia verdadera. Es la  propuesta  de José Bonilla Amado, para quien la vida humana aparece sometida  a una lucha de pasiones y poderes en La Revolución de Tupac  Amaru.  El  escritor  describe la terrible matanza de Tupac  Amaru  y  su familia  en el Perú de 1781. La crudeza del lenguaje  nos  coloca ante lo verídico “Que excede en maldad a todo lo narrado” ( Bonilla,1971, p. 175)  según palabras del autor.

La  lectura de la Historia Oficial y de sus  correspondientes  narraciones  nos  revela que cada masacre ocurre en  períodos  de alta  complejidad social y política: Alvarado provoca la  matanza de Toxcatl para fortalecer el poderío español en México e imponer las  bases  de la nueva cultura, socavando la  ya  existente.  La  rebelión  de  Tupac  Amaru y el consecuente  fusilamiento  de  su familia  es  coetánea con la expulsión de los jesuítas y  con  la pérdida  de poder de la Inquisición en América. España impone  su   política  terrorista con el gobierno del despotismo ilustrado  de  los Borbones.

 La masacre de Canudos, en el nordeste de Brasil  en 1897,  se  produce  a  poco tiempo  de  establecido  el  gobierno positivista.  Luego de la proclama de Benjamin Constant  Botelho, Brasil  instaura una presunta sociocracia que fue bien llamada  “dictadura republicana”. En el plano de las creencias resulta contradictorio  que,  mientras en Canudos se masacraba el catolicismo, en Río  de Janeiro la Iglesia comtiana inauguraba el Templo de la Humanidad, que  llegó a tener multitud de adeptos. Euclides Da Cunha  en  Os Sertoes  revela  las gradaciones de las infamias que  el  ejército cometió  en  Canudos.  El exterminio  de ese poblado  del  sertón brasileño  representó una verdadera demostración de fuerza de  la recién  nacida  República. Un cambio de rumbo absoluto  hacia  el “orden  y  progreso”  y  un  querer  enterrar  violentamente  los  vestigios de catolicismo y atraso cultural de los sertanejos. Aunque      el gobierno  debía  enfrentar  los  nuevos problemas  de la transformación del país hacia  supuestas  formas superiores  de  convivencia, es importante recordar que  en  1890 Brasil  tenía una población analfabeta de un 84%, a pesar de  eso los  republicanos  no  quisieron  superar,  poco  a  poco,  las limitaciones  de  los pobladores del sertón bahiano,  capaces  de desarrollar   principios   de   comunicación   y    participación comunitaria.  De  esta forma hubieran podido evolucionar,  en  la medida de su desenvolvimiento, hasta lograr prácticas de  trabajo más  avanzadas. Otro aspecto contribuyó a querer desalojar a  los jagunzos de sus tierras, la concupiscencia que existía entre  los representantes  del  gobierno  republicano  y  los  latifundistas monárquicos que aún gozaban de poder económico.

                                                                 

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Cuando  en 1923, el gobierno boliviano manda a matar  a  los obreros  de  Uncia,  en  Bolivia se había  constituído  una  gran Federación Obrera. La zona de las minas contaba con un  periódico local:  La Aurora Social, Oruro se había convertido en el  centro ferroviario-minero   del  país.  Uncia  formaba  parte   de   ese  conglomerado   industrial  que  incluía  fábricas  de   calzados, sastres,  consejos de arte, de carpinteros, de matarifes y  hasta una  Sociedad  Filarmónica.  La influencia social  de  la  región estaba volviéndose una carga fastidiosa para el gobierno.

La diversidad de enfoques con que los narradores asumen  las masacres   nos  introducen  en  lo  cotidiano,  lo  laboral,   lo religioso, el ejercicio del poder de los verdugos sobre el  grupo destruído. Gumercindo Rivera López relata en La Masacre de Uncia, editada  por  la  Universidad  Técnica  de  Oruro  en  1968,   el fusilamiento  de  los  mineros y sus familias   por  mandato  del gobernante  republicano Bautista Saavedra. Por un lado se  conoce la versión ortodoxa de las “roscas” del gobierno (término  recién acuñado por Saavedra para designar en lenguaje político los grupos  de  poder)  por  otro, la  literaria,  que  contralee  la historia  oficial y nos ofrece una ficción de los hechos  reales. El  escritor  destruye la versión del gobierno   republicano  que hacía   ver  al  carismático Saavedra   como  defensor  de   los  desposeídos.   Ya  en  1923  Latinoamérica  deja  vislumbrar   la liberalidad  política  con un gobernador corrupto, dueño  de  una conciencia fragmentada, que aprueba leyes a favor de los  mineros al  mismo  tiempo que los persigue. Rivera  López,  metido  entre archivos  y  documentos de la época,  encontró la  imagen  de  un liberalismo boliviano que entronizó la mentira erigida en sistema y la virtud puesta en ridículo, frente a un pueblo que tenía tres preceptos  básicos de comportamiento: Ama sua, ama quella  y  ama llella  (no seas  ladrón, ni holgazán ni embustero.) Veinte  años después, en la misma región ocurre la matanza de Cataví.

Cataví  significó para el gobierno el precio hacia  supuestos estadios superiores de orden y  organización nacional. Bajo  esta consigna,  una  vez  desaprobada  la  huelga  de  mineros,  cuyas peticiones constan en cartas enviadas por los abogados del pueblo al  encargado  de la empresa minera Patiño  de  Llaguallagua,  el Coronel  Luis Cuenca ordena el fusilamiento de los pobladores  el 28 de diciembre de 1942, el informe oficial dice así: “A la  ocho y  quince  en  momentos en que grupos  de  mujeres  insistían  en ingresar  a  Cataví con actitud agresiva...  Las  fracciones  que  resguardaban el cuartel bajo la vigilancia del mayor  Bustamante,  tenientes Carlos Sánchez y N. Avila, se vieron obligados a romper  el fuego”. Este informe es parte de uno más extenso que figura en El Redactor de la Cámara de Diputados de La Paz del año 1943.

Nestor  Taboada  Terán   relata  los hechos  con las siguientes palabras: “Cuando las mujeres  de  los obreros  reclaman  en la gerencia su deseo de  trasladarse  a  la feria  y  al  mercado de  Llaguallagua,  para  aprovisionarse  de víveres, son ametralladas”.( Taboada, 1960, p. 252) El escritor enjuicia en su libro  las características  de  una  época  que  pretendió  convertirse   en paradigma  de un proyecto en ejecución. Una vez más  la  Historia Oficial  se  desvanece ante el rostro acidulado  de  la  ficción, realidad que pertenece a la memoria colectiva de cada pueblo.  La narración  alimenta  a  los protagonistas con  actitudes  que  el espíritu dominante omite en la historia controlada.

Taboada Terán enfoca la  tragedia  de Cataví  desde el binomio mineral-hombre, dualidad que,  según  el escritor,  forma  parte  del ser de  cada  boliviano.  Concepción ontológica  que no por eso deja de reconocer que los mineros  son la  mayor  base  de sustentación social del  país.  Nunca  podrá saberse -dice Taboada- cuántos mineros bolivianos y sus esposas y niños  murieron  en Cataví el 21 de diciembre de  1942…  Había alrededor  de  ocho  mil personas en la  multitud...Nunca  se  ha permitido  a  los  trabajadores contar  la  historia  cumplida  y abiertamente de su parte”( Taboada, 1960 p. 254) El autor establece un símil entre  los mineros  y el Indio Hualipa quien, estando en la búsqueda  de  un carnero  perdido en pleno altiplano, se detuvo para encender  una fogata  que le ayudara a apaciguar el frío, quedó atónito al  ver que  del fuego brotaban chispazos de plata. En medio de la  noche su  voz  y el eco gritaban: ¡ potojsí!. La leyenda  le  sirve  al escritor  para reelaborar las prácticas sociales de  los  mineros estableciendo  un paralelismo de costumbres, cultura  y  trabajo.  El escritor boliviano  concluye  con  una denuncia: “ Todavía  caminan  a  pié, sigilosamente,  por  el  altiplano inhóspito, sintiendo  el  mismo frío intenso que el Indio Hualipa en 1545”. (Taboada, 1960 p. 234). La literatura no cumple en el caso de Cataví con su consigna  fabuladora   pero  invierte  la  versión   oficial,  la  historia intercambia  roles  y  se hace ficción  donde  la  novela  relata realidades. ¿No es acaso la vida la que entreteje las estructuras y contenidos discursivos?.

El poder articula los documentos sobre las masacres con maquiavélicas denuncias de testigos al  servicio  de  sus  políticas, como el Coronel Cuenca, o  los  miembros  del ejército  que  fusilaron a los peones ovejeros de  la  Patagonia,  estigmatizándolos  como “bandoleros”. Osvaldo Bayer  describe  en Los   Vengadores  de  la  Patagonia  Trágica  los  dramáticos  y   atroces asesinatos,  y activa la realidad para desconstruir el  referente oficializado,  documento donde se notificaba como  había  quedado pacificado el sur argentino los primeros días de 1921,  luego que las tropas al mando del Teniente Coronel Hector B. Varela  habían perseguido  y  matado  a  los huelguistas. A  pesar  de  que  los acontecimientos  fueron  atenuados  por la  lejanía,  Bayer  pudo evaluar y reproducir, con actividad creadora, los crudos aspectos de la tragedia. La masacre de Río Gallegos tuvo un relator que presenció los hechos, al igual que DaCunha en Os Sertoes, José María Borrero plasmó en La Patagonia Trágica no sólo el fusilamiento de los ovejeros   sino también documentos y testimonios de los periódicos de la época, no en vano el subtítulo del libro refiere “Asesinatos, Piratería y esclavitud”.

Con  personajes creados y matiz de vanguardia literaria David Viñas escribe Dueños de la Tierra, novela donde la modernidad de mediados del sigloXX se expresa en un discurso que reúne aspectos testimoniales de la masacre de los ovejeros de la Patagonia con criticas, en el contexto de los cafés bonaerenses,   a escritores consagrados como Borges y Lugones. En el mismo lugar  también se discuten decisiones de gobierno. Viñas intertextualiza realidades históricas y corrupción administrativa  con la presencia de personajes reales en el contexto que precedió a la huelga. Hechos que tienen referente en La Semana Trágica de Vasena, a la cual hace referencia Viñas en su libro. La novela de Viñas  revela, ya a mediados del siglo XX, el inicio de la destrucción de un colectivo posible que se empieza a fracturar en individualismos. Un pasaje de la inconmensurable Patagonia, que ha dado  riquezas, paisajes, viajes, turismo, artesanía, literatura, estudios etnográficos y donde sus habitantes autóctonos viven la misma cruda realidad de la marginación que los ovejeros de 1921,

La  memoria  necesita de la literatura para conocer  vidas  y comunidades que el olvido ensombrece. Es un intento por inscribir para  el  futuro relaciones institucionales,  procesos  sociales,  formas  de  comportamiento,  sistemas de normas y  lugar  de  los acontecimientos.  Aspectos  que están presentes en Cien  años  de Soledad   donde  García  Márquez refresca los  sucesos  de  1928, cuando  los  obreros de la bananera United Fruit  de  La  Ciénaga protestaban contra las brutales condiciones de trabajo.  Mientras esperaban   pacíficamente  una  respuesta  fueron  masacrados   y declarados  “cuadrillas  de malhechores”, por el  decreto  No  4 artículo I del 6 de setiembre de 1928. Relata el escritor: “Cinco minutos dio el Capitán a la muchedumbre allí reunida. - Un minuto más  y se hará fuego. - El General Cortés Vargas dio la  orden  y cuando  José  Arcadio Segundo gritó: -le  regalamos  el  minuto-, catorce  ruidos de ametralladoras respondieron en el  acto” ( García Marquez, 1982,p.296)  Los hechos  reales adquieren, en la novela, una doble faz  semántica: la del plano de la lucha laboral cotidiana de los obreros, y  una significación  simbólica  que cobra plenitud  con  el  desenlace, cuando  José Arcadio Segundo enfrenta al ejército en un  lenguaje que  los soldados no podían comprender. García Márquez  lo  llamó “La fascinación de la muerte”. La narración deviene en testimonio nacional espacio verbal donde no es necesario descifrar el lenguaje   para atrapar su sentido. 

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        Los discursos  oficiales  remiten  a  ocultos   contenidos ideológicos,   “bandoleros”  eran  los  peones  ovejeros  de   la Patagonia,   “cuadrillas  de  malhechores”  los  obreros  de   la bananera, palabras que implican un corpus social ya establecido y una tipología política previa a los sucesos. La vista de  algunos  documentos  oficiales nos lleva a concebirlos, no  como  palabras emitidas  y escritas por un grupo de personas sino como  producto de  un sistema que se expande, en una época histórica, de  manera  homogénea   y  a  veces  sincrónica.  Frente  a  esta   ortodoxia ideo-semántica  la narrativa trata, sin reducir los textos a  una sociología del discurso literario, de darle la connotación debida  a  los  códigos  culturales que privaban en  cada  etapa  histórica durante la cual sucedieron las masacres.

Vargas Llosa en la novela La Guerra del fin del Mundo, sobre la masacre de Canudos, arropa sus  ideas en el modelo fundamentalista del adversario,  patrones  de conducta que rechaza pero que le sirven para convivir con  los juegos del fanatismo durante quinientos ochenta y cinco  páginas.  El  escritor  simula,  oculta, convive con  un  contexto que no comparte pero   que  le permite un enfoque multidisciplinario sobre los nefastos resultados del extremismo religioso. Las   estrategias   discursivas    proponen   un   modelo neomoderno, opuesto al romántico-positivista  de Da Cunha  sobre el mismo tema. El Canudos de Vargas Llosa en 1981 no es el mismo que relata DaCunha en 1902, ni el del Profeta de Sartao del sociólogo belga Lucien Marchal en 1956. El escritor franco-parlante nos da una versión sartriana de Canudos, arropada con visiones de apartheid culturales y determinismos telúricos que se expresan en polarizaciones de amor-odio, vida-muerte, mestizo-bandeirante. El escritor va creando imágenes sucesivas de naturaleza indómita, de personajes reprimidos, de soldados con deseos sanguinarios. La obra se corresponde con el período de post guerra mundial que trajo aparejados cambios en el comportamiento humano, actitudes nihilistas, marginalidad económica y nuevos tipos de discursos, la novela envuelta en matices racistas expresa una incomprensión por el orden social de Canudos.

En la otredad narrativa de  Canudos, en el determinismo filosófico y telúrico, en el no derecho a la autonomía de los campesinos debido a su ignorancia y falta de recursos, en el fundamentalismo como una esperanza para justificar la existencia deambulan las tres narraciones. Pero sólo el escritor brasileño vivió en carne propia el horror de la masacre que lo lleva a culminar su novela con una frase polémica “ Es que aún no existe un Mausley para las locuras y los crímenes de las nacionalidades.” ( Da Cunha. 1980, p. 383)

Nosotros nos preguntamos¿ Cómo pudo suceder la Masacre de Canudos en la tierra del escritor José de Alencar, defensor de la diversidad de su gran país, preocupado por crear un lenguaje que reflejase a su región. O en el sertón de José Lins Do Rego, en quien la fuerza telúrica se convierte en lenguaje y el corazón en poesía? Los políticos olvidaron que los sertanejos estaban adheridos a sus piedras y rocas desérticas. Pero los verdugos nunca pensaron que serían  severamente juzgados por el pueblo a través de la  literatura y el arte.

Sergio Rezende, en 1997, centenario de la masacre, estrena una película apegada a la novela de DaCunha, el director presenta un conflicto que, aún hoy, para los brasileños sigue siendo un enigma. Al igual que en las novelas las polaridades se dan la mano en una combinación de violencia y pasividad, amor y odio, vida y muerte, límites extremos de la existencia que envolvieron la masacre. La conmemoración de Canudos tuvo manifestaciones poéticas, musicales, pictóricas en todo el  extenso país . Desde la lectura dramatizada de textos de  Graciliano Ramos y Guimaraes Rosa, que realizó la Compañía Truanesca, hasta la Exposición: Sertón la región de Canudos hoy en el Museo de Arte Moderno en Aterra do Flamengo. 

Canudos, metáfora de la exclusión de un pueblo, amerita  reflexiones internacionales acerca del respeto por la diversidad;  parece increíble que en ese poblado el ejercicio de la libertad fue sólo un sueño en el umbral del siglo XX, sumergido hoy bajo las aguas de la represa de Cocorobó. Un producto más de la  “asepsia social” que tiene sus orígenes en 1492.

 Como para liberar esa naturaleza hostil que encierra nuestra historia algunos escritores estrechan períodos en un ejercicio de anamnesia, crean así un locus literario desde donde regresan  las voces  del silencio de pueblos que ya no existen.  Allí donde el fín de lo real significa el principio de la ficción relata  José León Tapia en Los Vencidos las matanzas de comunidades realizadas por Marcos Baldó, Ambrosio Alfinger y Felipe de Hutten en tierras venezolanas en el siglo XVI. En 1991 el escritor rearticula  huellas casi borradas y las integra a su imaginario narrativo. Al recrear un discurso regional del llano barinés, con una visión social que extiende los límites del universo significativo a cualquier lugar de Latinoamérica.

     En la novela de Tapia las masacres socavan el estatuto falso de quienes promueven el progreso conservando formas sociales esclavistas. Con una envolvente semántica trágica arropa el escritor a los desplazados de su tierra quienes  “Por la obra civilizadora de la Agropecuaria la Ponderosa caen bajo el plomo de diez bocas de fuego y su sangre fue lloviendo la tierra…Montones de cadáveres apilados, gritos desgarrados, quejidos de niños…” ( Tapia,1991, p.284)  No hay confrontaciones, sólo la estrategia narrativa que se agota en el genocidio cultural. El escritor barinés ausculta dos mundos desde la colonia hasta finales del siglo XX, cuya trama se va gestando con la misma deformidad social que acusa la historicidad discursiva. Tapia  construye su novela sobre  los bienes simbólicos culturales, amenazados por la violencia que desencadenan las rupturas de tradiciones y costumbres. Relata un mundo que ha ido tranformando, desde la colonia, los sonidos de las formas familiares en tan sólo sombras invocadas.

     Todas estas   novelas lejos de constituir un patrón narrativo se nos presentan como el lugar donde se recuperan las preguntas que agitan la actual Latinoamérica. Algunos relatos manifiestan una práctica de efectos, otros representaciones de causas, pero todos encuentran la precisión necesaria para lograr completa coherencia. Lo interesante no es pensar en géneros ni cánones, porque la literatura recrea pero no restaura, aunque lo pasado no deba nunca ser destruido. Los escritores recuperan trozos de memoria  mientras escriben y sus discursos son los mediadores entre la historia y una ficción que  alimentará los hipertextos de  futuras generaciones.        

 

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