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NEBRIJA, BELLO, ROSENBLAT

Nombre del Autor: Alexis Márquez Rodríguez

Bandera de Venezuela

alemar@telcel.net.ve

Palabras clave: Nebrija - Bello - Rosenblat

Minicurrículo:  Profesor de Castellano y Literatura. Abogado. Profesor de la Universidad Central de Venezuela. Periodista. Columnista del diario «El Nacional», de Caracas. Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua, Escritor. Crítico literario.  

Resumo: Discurso de ordem lido no Palácio das Academias, em 23 de abril de 2001, na seção solene da Academia  Venezolana de la Lengua para comemorar o Dia do Idioma e o Dia Internacional do Livro.

Resumen: Discurso de orden leído en el paraninfo del Palacio de las Academias, el 23 de abril de 2001, en la sesión solemne de la Academia Venezolana de la  Lengua para conmemorar el Día del Idioma y el Día Internacional del Libro.

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Lo más importante del Descubrimiento y la Conquista de América es, sin  duda, el mestizaje, que se incuba con la llegada de los españoles, y se va a erigir en el rasgo más sobresaliente de nuestra especificidad americana. Estaban equivocados los que le atribuyeron el calificativo de nuevo mundo a lo que los europeos hallaron de este lado del Atlántico. El mundo prehispánico era por lo menos tan viejo como los restantes pueblos que habitaban la Tierra. Lo nuevo es lo que se crea a partir de la llegada de Colón. Y "eso" es nuevo porque no existía hasta aquel momento. Existían los europeos, los indígenas y los africanos. Pero en América va a surgir un cuarto tipo, del cruce, primero del europeo y el indígena,  luego de ambos con el africano. De lo que se va a originar una mescolanza, que en Castellano no tiene un nombre tan sonoro y preciso como el francés melange. Son tres raíces, con posibilidades de cruce infinitas. Cada uno de estos cruces da un determinado producto, y estos, a su vez, se van entremezclando sin medida ni contención. Simón Rodríguez es quien mejor ha enumerado los distintos productos del mestizaje americano:

...Tenemos huasos, chinos y bárbaros, gauchos, cholos y huachinangos, negros, prietos, serranos, calentanos, indígenas, gente de color y de ruana, morenos, mulatos y zambos, blancos porfiados y patas amarillas, y una chusma de cruzados, tercerones, cuarterones, quinterones y salta atrás, que hace, como en botánica, una familia de CRIPTÓGAMOS .

Ese mestizaje es, además, un mestizaje de mestizajes. Sus tres ingredientes básicos eran ya mestizos de antemano. Los españoles del Renacimiento eran ya uno de los pueblos más abigarradamente mestizos del mundo. Por suelo español pasaron las más diversas naciones, incluso desde antes de la llegada de los romanos a la península ibérica, y cada una dejó allí su huella biológica y espiritual. El mismo nombre de Iberia, de origen griego, es anterior a la imposición de la lengua latina en el territorio hispánico.

Mestizos eran también los indígenas que los españoles encuentran del lado de acá de la mar océana. Aztecas, mayas, incas, chibchas, aimaraes, caribes, araucanos... no son sino algunas de las etnias que habitaban nuestro vasto territorio, llegadas a él desde diversos puntos del horizonte, especialmente de regiones asiáticas. Entre muchas de ellas había importantes rasgos diferenciales, incluso de talla y contextura. Como era también variado el nivel de desarrollo que esos pueblos precolombinos habían  alcanzado para el momento de la llegada de los europeos a sus costas.

También eran mestizos los africanos traídos como esclavos. Los habitantes del África ecuatorial  pertenecen a diversos grupos étnicos, con rasgos diferenciales tan evidentes como diversos matices del color de la piel y contrastes en la talla promedio, tan notables que van de tipos delgados y de elevada estatura, a otros retacos, muy bajos de tamaño pero de contextura gruesa. E igualmente eran pueblos con diversos niveles de desarrollo social y cultural.

No hay, en fin, en el mestizaje americano una raíz pura e incontaminadamente española, india o africana. Cada una aporta rasgos muy diversos, previamente fundidos, al nuevo tipo, cuyo signo más definitorio es ese plurimestizaje. Simón Bolívar definió perfectamente ese abigarramiento mestizo cuando, en su "Carta de Jamaica", dijo: "...somos un pequeño género humano".

El mestizaje americano comienza desde el momento mismo del Descubrimiento. Los primeros ayuntamientos, de los cuales van a obtenerse algunos frutos, tuvieron que ser entre españoles e indias, pues en las primeras expediciones de descubrimiento y conquista no vinieron mujeres, aunque sí uno que otro homosexual. De modo que los recién llegados, españoles de larga y bien cimentada tradición rijosa, al llegar debieron buscar, en aquellas islas, mujeres con quienes desahogar su libido largos meses contenida. A los primeros ayuntamientos,  entre españoles e indias, seguirían los cruces de indios y africanos y de africanos y españoles, que sin duda se facilitaron porque en los barcos negreros sí venían mujeres, incluso jovencitas y niñas. Y aún más tarde hubo también uniones, como es natural, entre  los vástagos de aquellas primeras generaciones de mestizos.

Al comienzo estas uniones fueron siempre, con escasas y tardías excepciones, entre hombres blancos y mujeres indias o negras, o, indistintamente, de hombres o mujeres indígenas con mujeres u hombres negros. A la ausencia de mujeres en las primeras expediciones se agrega el hecho de que, por prejuicios raciales y/o sociales, muy difícilmente un negro o un indio lograba conquistar una mujer blanca, y el temor los inhibía de tratar de poseerlas a la fuerza. Sin embargo, hubo casos de este tipo, tanto de violaciones como de ayuntamientos consentidos, algunos de los cuales están registrados, de manera real o imaginaria, casi siempre dentro de una concepción romántica, en novelas y crónicas sobre la época.

Este mestizaje, tan complejo y abigarrado, es, ha sido y será siempre el rasgo más importante y característico de Latinoamérica, tanto en lo biológico como en lo cultural. Es, además, un mestizaje muy dinámico, constantemente en proceso de renovación y vigorización, sobre todo porque con el tiempo fueron entrando otros ingredientes, para hacerlo aún más complejo. América ha sido tierra de inmigrantes, polo de atracción para gente de diversos lugares. Se sabe que en la más remota antigüedad nuestro continente fue poblado por  migraciones venidas de diferentes puntos del Planeta. Siglos después, a los primitivos asentamientos de españoles se han agregado muchos otros, no sólo de europeos, sino incluso de gente venida de otras latitudes. Las legiones de árabes ­ cuya sangre ya nos había llegado en la de los españoles­, judíos, italianos, portugueses, alemanes, polacos, franceses, holandeses, ingleses, chinos, japoneses, etc. que han emigrado a nuestro continente durante varios siglos, han contribuido a diversificar y enriquecer aún más nuestra melange étnica.

Todo ello ha ido diseñando los rasgos de nuestra especificidad continental, regional y nacional. Especificidad que se traduce, por una parte en una gran diversidad tipológica o corporal, y por otra en costumbres, lenguaje, formas de vida, prácticas religiosas, hábitos gastronómicos, etc., que nos han hecho peculiares, aun dentro de la diversidad que yace en el seno de nuestra unidad continental. Se trata de una entidad propia, pero no exclusiva. Tampoco se trata de que seamos mejores o peores que los otros pueblos. No es el latinoamericano el único ser en el mundo que posee una especificidad étnica y cultural, sino que es nuestra forma específica de asumir la condición de seres humanos, como tienen la suya los hombres y mujeres de otros lugares.

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Lo que sí es propio de Latinoamérica es el origen de esa especificidad  en nuestro peculiar mestizaje. Ningún otro pueblo de la Tierra es hoy tan plurimestizo, tan conformado por una enorme diversidad de sangres y culturas, como nosotros.

Nuestro mestizaje comienza por el lenguaje. No sabemos cuándo se produce el primer ayuntamiento carnal de un español con una india, que además  genere frutos. Pero sí sabemos cuándo un europeo, usando la lengua española, utilizó por primera vez, por escrito, vocablos indígenas, los cuales, por supuesto, debieron emplearse primero en la lengua oral. Es de suponer, además, que aquellos primeros españoles que yacieron con mujeres indias, de buen grado o por la fuerza, algo debieron hablar con ellas, en un lenguaje en el que  probablemente se colasen vocablos de sus idiomas nativos, entreverados con los castellanos. El cruce étnico por el sexo, y el cultural por el lenguaje, en muchos casos debieron ser simultáneos.

El primer europeo en usar voces indígenas en sus escritos fue el propio Colón, quien en su Diario, en una anotación correspondiente al 28 de octubre, en su primer viaje, es decir, dieciséis días después de la llegada, emplea la palabra canoa, de origen taíno. Lo cual hace suponer que dicha palabra, y seguramente algunas otras, ya habían sido empleadas en el lenguaje oral por él y sus compañeros.

Algunos descubridores se proponen enseñar su propia lengua a los indígenas  y aprender las de éstos. El Castellano viene a América en la boca y en la pluma de descubridores y conquistadores, como instrumento de dominación y conquista. Así lo definió Elio Antonio de Nebrija, autor de Arte de la lengua castellana, la primera gramática de nuestro idioma, publicada, no por simple casualidad, en 1492, el mismo año en que Colón llega a América. Nebrija es una figura de enorme importancia en la historia de la cultura española, uno de los pioneros del Renacimiento.

Nebrija termina y publica su gramática antes del Descubrimiento, pero él ya intuía el destino imperial de España. Cuando concluye su obra, va a mostrársela a la reina, Doña Isabel, acompañado de su amigo Fray Hernando de Talavera, obispo de Ávila. La anécdota es recordada por el propio Nebrija en el prólogo de su gramática, tal como lo registra Juan Luis Alborg:

El tercer provecho de este mi trabajo puede ser aquél que cuando en Salamanca di la muestra de aquesta obra a Vuestra Real Majestad y me preguntó para qué podía aprovechar, el muy reverendo padre obispo de Ávila me arrebató la respuesta y respondiendo por mí dijo, que después que Vuestra Alteza metiese debajo de su yugo muchos pueblos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas y con el vencimiento aquellos tendrían necesidad de recibir las leyes que el vencedor pone al vencido y con ellas nuestra lengua, entonces, por este mi Arte, podrían venir en el conocimiento de ella, como agora nosotros aprendemos el Arte de la Gramática Latina por aprender el Latín .


No se refería Nebrija, obviamente, a la conquista de América, que aún no había comenzado, sino a la penetración armada de España en el norte de África, a raíz de la expulsión de los árabes de su último bastión, el reino de Granada, con lo que se dio fin a la Reconquista. Pero lo que históricamente justifica la afirmación de Nebrija es la conquista de América, en la que el Castellano opera, efectivamente, como instrumento imperial. Con ese mismo criterio la lengua es manejada también por los misioneros como medio de dominación colonial. La Iglesia viene a la conquista con propósitos evangelizadores, ciertamente, pero éstos no pueden ser vistos fuera del contexto imperial de la empresa conquistadora. Convertir al Cristianismo a los indígenas no era sólo ampararlos en la única "verdadera" fe, haciendo que abjurasen de sus ritos y creencias "bárbaros" y heréticos, y encaminándolos en la vía de la salvación de sus almas; era también, y sobre todo, la manera de ponerlos bajo el vasallaje de los Reyes Católicos y sus sucesores en el trono de España.

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A partir de aquellos vocablos indígenas que se cuelan en el lenguaje de los descubridores y conquistadores, arranca un largo y fascinante proceso de mestización de la lengua castellana. Es cuantiosa la presencia en ésta de americanismos, mucho más rica de lo que suele reflejar el diccionario de la Real Academia.

Ello dio origen a la idea de un Castellano de América, formulada por primera vez de una manera sistemática por el venezolano Andrés Bello. Lo cual lo indujo a escribir su Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos. En su prólogo, Bello reivindica el derecho de los pueblos de América a emplear sus propias peculiaridades del idioma común. Allí dice, en efecto: "Chile y Venezuela tienen tanto derecho como Aragón y Andalucía para que se toleren sus accidentales divergencias, cuando las patrocina la costumbre uniforme  y auténtica de la gente educada".

A la luz de la idea bellista de un Castellano de América, se comprende cabalmente el papel que la Conquista y la Colonia tuvieron en la mestización de la lengua castellana, de modo que, sin dejar de ser parte del idioma traído por España, al mismo tiempo iba adquiriendo una fisonomía propia, que le es dada, precisamente, por ese carácter mestizo, por esa perfecta simbiosis entre el Castellano original y los idiomas indígenas. Bello, además, le atribuía a ese idioma mestizo un valor esencial como instrumento de unidad continental, sumamente importante sobre todo por tratarse de un conjunto de pueblos desparramados en un vasto territorio, todos con rasgos comunes, pero cada uno con diversidades  muy notorias.

El Castellano de América se fue constituyendo así en una entidad idiomática que, sin dejar de formar parte del idioma general de España, como ya dije, tiene su fisonomía propia. Por otra parte, el constituir, por así decirlo, una sección del Castellano, ha permitido que éste goce del privilegio, único en el mundo, no de tener el mayor número de hablantes, pero sí de ser la lengua que habla mayor número de pueblos que la tienen como idioma nacional, más de treinta, entre los que habitan en España y en Hispanoamérica, amén de otras importantes comunidades hispanohablantes en diversos lugares.

Uno de los que más y mejor han estudiado ese proceso de mestización del idioma castellano ha sido el filólogo venezolano Ángel Rosenblat. Él define el proceso histórico iniciado en 1492 como de "hispanización o castellanización de América", y afirma que ese proceso "no ha terminado después de casi quinientos años" .
Rosenblat señala la mutua influencia entre el Castellano y las lenguas indígenas en ese proceso. Es fácil comprender que esa influencia del Castellano sobre las lenguas autóctonas haya sido avasallante, puesto que la conquista impuso el idioma imperial español en toda la parte del Continente ocupada por España, hasta el punto de que en muchas regiones las lenguas precolombinas desaparecieron del todo, o apenas sobrevivieron en núcleos muy reducidos y casi insignificantes, y sólo lograron mantenerse de manera prevaleciente en contadas zonas de nuestro vasto territorio. Pero la influencia de estas lenguas precolombinas sobre el Castellano también fue sumamente importante. Ya hemos visto que la presencia de vocablos indígenas en el Castellano se dio muy tempranamente, y se ha seguido produciendo a lo largo de los cinco siglos ya transcurridos desde el Descubrimiento. Rosenblat ha estudiado a fondo ambas influencias, y en la ejercida por las lenguas indígenas sobre la española no se ha limitado a analizar sólo el aspecto lexical, sino también otros, en especial los de tipo fonético y fonológico.

En cuanto al léxico, don Ramón Menéndez Pidal observa que
...los productos naturales, la fauna, los utensilios y las costumbres de las tierras recién descubiertas influyeron demasiado profundamente en el comercio y la vida, no sólo de España, sino de Europa entera, para que no se importaran con los objetos multitud de nombres americanos.

De origen indígena son, en efecto, canoa, cacique, bohío, maíz, carey, caníbal, enaguas, sabana, nigua, guacamayo, tabaco, tiburón, yuca, hamaca, aguacate, cacao, chocolate, hule, petate, hallaca, tamal, nopal, petaca, jícara, macuto, vicuña, guano, cóndor, pampa, ñandú, tapir, gaucho, ají, iguana, sinsonte, guajolote, butaca, cancha, campechano y muchísimas más.

Caso muy interesante es el de las lenguas de los pueblos indígenas que habitaban en la cuenca del Mar Caribe. La Conquista prácticamente arrasó con estos pueblos, que en un verdadero genocidio fueron exterminados. Sin embargo, pese a que las lenguas autóctonas de las islas caribeñas dejaron de hablarse al desaparecer sus usuarios naturales, su huella indeleble en el Castellano de América,  y en el Castellano en general, es sumamente notoria y fecunda. Un alto porcentaje de las palabras de origen prehispánico ya definitivamente incorporadas al léxico común de nuestro idioma provienen del Caribe.

Sin embargo, cuando se habla del Castellano de América, producto del mestizaje lingüístico, no nos referimos, en cuanto al léxico, sólo a las voces de origen indígena generalizadas en la lengua común. El concepto de americanismo es mucho más amplio, y no se refiere únicamente al vocabulario. Aparte del léxico, el Castellano de América presenta otros rasgos definitorios, que lo diferencian de las diversas modalidades del Castellano peninsular. Rosenblat estudia también la influencia indígena en esos otros rasgos de nuestro Castellano, diferentes de los lexicales. Especialmente en el orden fonético y fonológico analiza los usos que en América se diferencian bastante de la pronunciación peninsular, y además se distinguen también mucho de unas regiones a otras de nuestro continente. Después de examinar atentamente el fenómeno, Rosenblat concluye que semejantes diferencias fonológicas del Castellano hablado en América, con respecto del de España, no pueden deberse a un proceso normal de evolución interna del idioma trasplantado a América, sino a la influencia de las lenguas indígenas.

En suma, con el descubrimiento de América comienza un largo y fascinante proceso de mestización, que aún no ha concluido, y seguramente no concluirá nunca, y dentro del cual tiene especial significado el aspecto lingüístico. Desde la idea primigenia de Nebrija, de que el idioma es un instrumento del imperio, ampliamente utilizado por el conquistador español para imponer a los indígenas de América la dominación colonial hispánica, hasta el pensamiento filológico de Ángel Rosenblat, pasando por las ideas de muchos otros, entre quienes descuella el también venezolano Andrés Bello, ese proceso ha determinado, entre otras cosas, la mestización cultural, dentro de la cual ha tenido una especial importancia la creación de una lengua propia, el Castellano de América, que aun teniendo una fisonomía peculiar y específica, se integra, no obstante, dentro del concepto general de idioma castellano.

Nuestra lengua es, pues,  esencialmente mestiza. Pero al ir adquiriendo ese carácter, de hecho es el idioma castellano el que se ha ido mestizando. Hoy el aporte del Castellano de América al Castellano general es importantísimo. Y ya no sólo porque esa lengua nuestra, de incuestionable vigor, ha contribuido en gran medida a enriquecer el idioma general, sino también porque ha producido, a lo largo de un proceso paralelo de gran creatividad, una literatura de fisonomía propia, capaz de codearse con las más elevadas manifestaciones de la literatura universal. Sobre este punto Octavio Paz dejó dichas unas palabras muy  precisa:

¿Existe una literatura hispanoamericana? Hasta fines del siglo pasado  [se refiere al siglo XIX] se dijo que nuestras letras eran una rama del tronco español. Nada más cierto, si se atiende al lenguaje. Mexicanos, argentinos, cubanos, chilenos ­todos los hispanoamericanos­ escribimos en castellano. Nuestra lengua no es diferente, en lo esencial, a la que escriben andaluces, castellanos, aragoneses o extremeños. Pero una cosa es la lengua que hablan los, hispanoamericanos y otra la literatura que escriben. La rama creció tanto que ya es tan grande como el tronco. En realidad, es otro árbol. Un árbol distinto, con hojas más verdes y jugos más amargos. Entre sus brazos anidan pájaros desconocidos en España .

En cuanto a Venezuela, nuestra lengua es la misma de los demás países del continente hispanoamericano, con particular semejanza a las que se hablan en el resto de la región caribe, aunque el lenguaje de nuestra zona andina se asemeja más al de Colombia, de la que es fronteriza. Hay en nuestra habla, sin embargo, algunos rasgos distintivos, de tipo dialectal, tal como ocurre igualmente en los demás países de la zona. Pero no son de magnitud e importancia como para impedirnos que nos entendamos con los demás pueblos hermanos. Muchos de esos rasgos, además, o se dan en los otros países con ligeras variantes, o tienen sus equivalentes. Veamos, sólo a título de muestra, algunas de esas variantes venezolanas.

En cuanto al vocabulario, una palabra característica del venezolano es vaina, que tiene un verdadero valor de comodín. Echar vaina, o vainas, es echar bromas, embromar, hacerle chanzas a alguien, hacer travesuras, perjudicar a alguien o a muchos, etc. ¡Deja la vaina! puede ser un reclamo airado para que dejen de molestarnos, pero también petición afectuosa de que no nos tomen el pelo. Una vaina puede ser cualquier cosa: una broma, un problema (Fulano está metido en una vaina...); un perjuicio (¡Qué vaina me echaste; un alboroto o desorden (Se formó una vaina, o la vaina o un vainero); algo que solicitamos o necesitamos (¿Me trajiste la vaina que te pedí?); una situación difícil (La vaina está muy fea, o está que arde); algo muy bueno (¡Qué vaina tan buena!, o tan sabrosa!), etc. La vaina puede ser un vainón o una vainita; de alguien muy dado a echar vainas se dice que es muy vainoso o muy vainero. Vaina puede usarse también como exclamación simple: "Ah vaina!. Si no te apuras llegaremos tarde". Algunas personas, sin ninguna razón válida, consideran vaina expresión obscena. Sin embargo, su uso es cada vez más  libre y general.

Ladrar, por supuesto, es emitir el perro su voz característica, de manera fuerte, ruidosa y amenazante. Pero en Venezuela estar ladrando es no tener nada de dinero, estar muy pobre. Lo mismo puede decirse con las expresiones comerse un cable, estar en la carraplana, estar limpio, estar más limpio que la pata de un santo, estar en el dolor, estar en la lona, estar en el esterero, no tener un cuero en qué caerse muerto...

El verbo morir sirve al venezolano para expresar los más disímiles estados anímicos o situaciones psicológicas. En Venezuela nos morimos de todo, y se puede estar muerto de miedo, muerto de risa, muerto de hambre, muerto de sueño, muerto de cansancio, muerto de curiosidad, muerto de envidia, muerto de celos... Alguien puede decirnos Me muero por verte. O Me muero de las ganas de comerme una hallaca. También de un enamorado que está que se muere por Fulanita, expresión que suele reemplazarse por algunas algo vulgares: Está que se mea por ella, o que se babea o que se chorrea, etc.

En Venezuela no se dice, o se dice muy poco, cruzar la calle, sino atravesar la calle. En cambio, decimos cruzar en la esquina en lugar de doblar en la esquina. Es muy peculiar el uso de los diminutivos, que aplicamos  prácticamente a todas las categorías gramaticales, y no sólo a los sustantivos. Es muy frecuente en los gerundios: durmiendito, comiendito, descansandito, esperandito, estudiandito, paseandito, viajandito, tirandito, etc. Generalmente estos diminutivos expresan específicamente una determinada situación anímica, que se reconoce por el contexto.

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También es muy peculiar la forma como aplicamos el diminutivo a los adverbios de lugar y de tiempo: allaíta, acaíta, lejitos, cerquita, ahorita, yaíta, tempranito, tardecito, etc. En tales casos hay una curiosa gradación: cerquita es más cerca, pero cerquitica lo es aún más.

Igual ocurre con los adjetivos: chico, chiquito, chiquitico, chirriquitico o chiquirritico... Lo más interesante es que en estos casos el diminutivo, en lugar de disminuir la noción del adjetivo, la aumenta: chiquito es más pequeño que chico; chiquitico es más pequeño que chiquito; chirriquitico es todavía más pequeño.

Un adjetivo de gran variedad semántica es rico: La comida está rica; ¡Qué dulce tan rico!; García Márquez escribe rico; Hay un calorcito rico; Está haciendo un fríito rico; Esa mujer está riquísima; La fiesta estuvo rica; Esa música es rica; Fulanita besa rico, etc. Arturo Úslar Pietri en uno de sus artículos habló una vez de la "rica sombra y dorada paz", refiriéndose a las preciosas casas del Coro colonial, en un tórrido mediodía,  cuando la sombra es, justamente, "rica", no sólo por lo sabrosa, sino también por lo escasa, como toda riqueza, por lo mismo que es también "dorada" la paz de esos lugares.

Es peculiar en Venezuela que al nombrar las calles, las avenidas, los estados (divisiones político-territoriales), los parques y plazas, no se emplee la preposición "de", como es común en España y otros países hispanohablantes: Plaza Bolívar, Parque Ayacucho, Calle Venezuela, Bulevar Sabana Grande, Avenida Los Próceres, Estado Miranda...

Especialmente interesante es el caso de los nombres de vehículos de transporte, que siendo generalmente de género masculino, dan derivados femeninos que designan tipos más pequeños del mismo: de carro, carreta y carretilla; de avión, avioneta; de camión, camioneta; de bus (autobús), buseta; de patín, patineta; de vagón, vagoneta; de furgón, furgoneta; de biciclo, bicicleta, de tanque (de guerra), tanqueta.

En cuanto a la acentuación, es relevante el caso de diabetes, que en Venezuela, caso único en el mundo, se pronuncia como esdrújula, y en tal virtud se escribe con tilde: diábetes. El profesor Ángel Rosenblat, por cierto, censuraba esta modificación venezolanista del acento de diabetes. Sin embargo, cuando se me ha planteado este problema yo me he apartado del criterio del Maestro. Mi recomendación, sobre todo a los médicos venezolanos, es que, cuando estén en presencia de médicos extranjeros pronuncien la palabra con su acentuación grave, diabetes, pues si dicen diábetes pueden pasar por ignorantes ante sus colegas de otros países. Pero cuando hablen con sus pacientes venezolanos deben emplear nuestra forma esdrújula, diábetes, pues si dicen diabetes corren el riesgo de que el paciente los crea tan ignorantes que ni siquiera saben cómo se pronuncia el nombre de la enfermedad.

Por último, desde el punto de vista fonético tenemos varios tipos de acento o entonación, según las diversas zonas del país. Son muy  marcados los acentos de la región zuliana, en especial el de Maracaibo; el oriental, sobre todo el de la isla de Margarita, y el andino. Peculiares también, aunque menos enfáticos, son el de la región llanera y el de la zona central.

Como ya dije, ésta no es sino una pequeña muestra de las muchas peculiaridades del Castellano de Venezuela, que ilustran muy bien la idea de que el nuestro es un idioma sumamente dinámico, en lo cual es posible hallar la huella de nuestro peculiar mestizaje.

Celebra hoy la comunidad hispanohablante desparramada por todo el  mundo el Día del idioma. Un día como hoy, hace 385 años, moría en Madrid don Miguel de Cervantes Saavedra. Nada más justo que unir su nombre a la conmemoración del instrumento expresivo que él manejó con profunda sabiduría y gratificante desparpajo. No se pudo, sin embargo, asociar la exaltación del idioma al día de su nacimiento, porque no se conoce, aunque sí sabemos que fue uno del año 1547. Se adoptó, en consecuencia, el día de su muerte. Podría parecer una paradoja que se escogiese para celebrar el Día del idioma aquél en que el genial artífice de la palabra dejase de hablarlo. Mas no hay tal paradoja: nunca la muerte pudo acallar la lengua de Cervantes, porque ésta nos llega cada día, renovada y más sonora que nunca, en las páginas mágicas del Quijote y las Novelas ejemplares.

Caracas, abril de 2001.  

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