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  PETRO-NARRATIVAS LATINOAMERICANAS

  Nome do Autor: Julia Elena Rial
 

majusa@cantv.net

Palavras-chave: Ensaio - Narrativa - Petróleo

Minicurrículo: Nasceu em Buenos Aires. Estudou Letras no Profesorado de Bs.As., filosofia na U.B.A. História das Idéias na U. De Chile, Pós-graduação em Literatura Latino-Americana na Universidad Pedagógica de Maracay. Docente  na Argentina e Venezuela. Autora de Ensayos y cuentos. Ganhou em 1998 o Premio Ensayo Miguel Ramón Utrera na Venezuela. Jurada em 2001 do Premio Ensayo Augusto Padrón.

Resumo: Com uma visão interdisciplinar, depois de situar as linguagens que identificaram o petróleo em tempos passados, se constrói parte da narrativa petroleira como uma constelação onde brilham romances brasileiros, colombianos, mexicanos e venezuelanos, reivindicando um contexto muito importante para América Latina, que além de resgatar memórias, aparentemente ultrapassadas, tenta abrir uma brecha de reflexão para novas propostas.

Resumen: Con una visión interdisciplinaria, luego de ubicar los lenguajes que identificaron el petróleo en tiempos pasados, se construye parte del relato petrolero como una constelación donde brillan novelas brasileñas, colombianas, mexicanas y venezolanas, reivindicando un contexto muy importante para Latinoamérica, que además de rescatar memorias, aparentemente caducas, intenta abrir una brecha de reflexión para nuevas propuestas.

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         La palabra en el tiempo 

      Las emanaciones del petróleo y su densidad cualitativa enlodaron el mundo desde que Dios ordenó a Noé “Construye un barco de madera…y lo embetunarás con brea por dentro y por fuera (Génesis 6.14). Nace ya el espíritu economicista en unas páginas más adelante cuando el betún comienza a adquirir valor económico para los mercaderes que ejercían su actividad lucrativa con la construcción. En la milenaria judea la melaza  negra cumplía doble función, pegaba e impermeabilizaba. Sin duda el petróleo tenía para ese momento un glosario de usos si consideramos que  “El Valle de Saddim estaba lleno de betún” (Génesis 14-10).  La hermeneútica lleva hoy a interpretar a través de lentes sagrados la bondad de “la piedra que derramaba aceite ( Libro de Job 29-6). Lo cierto es que forjado en el crisol de numerosas geografías y de muy diversos horizontes sociales el petróleo no abandona su extraordinaria conjunción con lenguajes que ilustran su morfología. Lacus asfaltibus lo llamaban los romanos cuando con asombro lo veían flotar sobre la superficie de los ríos y descansar en las orillas enlodadas de algunas tierras conquistadas. Egipcios y persas lo usaron como sustituto del formol para conservar los cadáveres de faraones y reyes. La lingüística árabe lo registra con el nombre de mumiya, se cree que de la raíz mum el idioma construyó el vocablo momia que inmortalizó el poder de los gobernantes. También los guanches embalsamaban sus muertos, hoy encontrados en excavaciones arqueológicas en Las Islas Canarias,  cuyo color casi negro corresponde al betún conservador.

     En Latinoamérica, cuando aún los españoles no imaginaban la existencia de este enorme vientre de oro, plata y piedras preciosas,  el chapopote era la palabra que designaba, entre los nahuas, la espesa sustancia que brotaba de las chapopoteras. Los pobladores de Perú y Ecuador elaboraban con alquitrán un ungüento para calafatear sus embarcaciones. Ya entonces el  Aceite de Roca tenía la capacidad de ser ópticamente activo y anunciaba la policromía discursiva que desde los diferentes soles latinoamericanos convertirían al petróleo en un denso conglomerado narrativo, y que tal vez inspiró a Ramón Díaz Sánchez quien diagrama el cuerpo discursivo de Mene en base a la metamorfosis cromática del oro negro. Gonzalo Fernández de Oviedo habla de un  licor, “como azeite junto al mar…dicen ser llamado por los naturales stercus demonis”, según cita  José Luis Cordeiro en El Gran Tabú venezolano ( Cordeiro, 1997, pag.1). Pero ni el hedor del stercus ni el temor al demonis asustaron la ambición de la corona Española, cuyo poder  se apoderó del mene, que los pobladores utilizaban con fines medicinales y como  pegamento, con el Edicto de Minería para Nueva España dictado por Carlos I en 1526 .

     A pesar de los desgarros ecológicos el petróleo ha podido conservar su nombre original, en latín Petro-oil, con el que lo bautizó la Vulgata Latina, ya nadie le devolverá la inocencia perdida, sólo aguardando la voz que lo despierte, cantará, tal vez, con el canto verdadero y levantará su grito hasta la muerte. Canto que ya eleva la narrativa en Latinoamérica, imaginando propuestas, refinando realidades crueles, alegóricas, míticas, cuyas quejas regresan entre relato y relato, como el ritornello de una balada interminable.        

 Diversidad discursiva 

 ¿Por qué si el petróleo es la base que sustenta la economía de Venezuela  existe un vacío de varios años en la narrativa local?  Este oscuro personaje  ha encontrado  en el final de siglo pocas plumas que lo relaten.

      ¿ Por qué existiendo la certeza de que se debe dar a conocer el tema,  para así  crear memorias futuras  sobre este oro negro  lleno de complejidad económica, social y cultural, no hay una permanente edición de las novelas que desde 1912, con la publicación de Elvia de Daniel Rojas, comenzaron a impulsar la interconexión de la narrativa con  el vivir y relatar el controversial mundo petrolero?

 

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     ¿ Por qué   los  investigadores, críticos de la Literatura, obvian trabajar el tema desde la heterogeneidad disciplinaria que ofrece?

      Los por qué serían interminables. Tal vez la reflexión deba dirigirse a analizar críticamente el concepto purista que ha privado en la crítica literaria en estos últimos años y orientarlo a lo  hoy  considerado transdisciplinario y que para nosotros, los latinoamericanos, está explicitado, desde hace más de cincuenta años, en la obra de Pedro y Max Henriquez Ureña, en  Alfonso Reyes, en Antonio Cándido y ya en las últimas décadas del siglo XX,  en el   concepto de la heterogeneidad latinoamericana que dejó para   futuras investigaciones Antonio Cornejo Polar cuando dijo: 

          El concepto de heterogeneidad tiene que adensarse mediante el examen de los componentes históricos que producen, en cada caso concreto, distintos tipos de heterogeneidad; como también, por otra parte, tiene que auscultarse con detenimiento la formulación literaria que, así mismo, en cada caso hace posible la convergencia de dos o más sistemas en un solo proceso literario. ( Cornejo.1982. Pag,88). 

          Quizás hoy el ser crítico implique una visión abierta, que desnude las investigaciones del apogeo de métodos rígidos al asumir discursos que en nuestra América  están enraizados en los contextos sociales. Alguien dijo que “un texto fuera del contexto es un pretexto”. El espacio exterior debe encontrar un espacio interior capaz de articular y enriquecer los específicos estudios literarios, complejo universo que, sin despreciar los análisis del discurso,  algunas veces se despoja de exagerados tecnicismos para así interpretar  las paradojas que  se esconden  detrás de la  literatura.  El contacto con otros saberes genera nuevas preguntas, curiosidad que nutre  todo el conocimiento.

     La propuesta  de este trabajo es crear una apertura de reflexión que permita enriquecer la práctica diaria  convocando a otras disciplinas para humanizar las interpretaciones sobre nuestras letras del petróleo.  Comenzaremos con una visión sobre novelas que desde diferentes cartografías latinoamericanas narran  el mundo del vivir cotidiano en el campo petrolero. Colombia, Brasil, México y Venezuela abordan el tema con  diferentes enfoques y lenguajes que, entre otras causas, han influído en nuestra selección. En  todas las novelas encontramos una necesidad vital de los escritores que no se queda sólo enfrascada en contenidos olvidando el lenguaje literario. Tal vez la conmoción del cambio social que significó la explotación del  petróleo produjo un ambiente disparatado expresado en las diferentes narraciones donde un discurso político fuerte se debate, algunas veces, entre el delito y el cumplimiento del deber como en Marea Negra  del Alberto Vázquez Figueroa. O en las censuras a la libertad que relata Blanco Fombona en La Bella Y la Fiera y que lo lleva a denunciar  hechos de polémica democrática convertidos en  persecuciones políticas, durante la dictadura de Juan Vicente Gómez. La evocación hoy de estos períodos puede significar un reconocimiento a esos personajes anónimos que con su trabajo desarrollaron el negocio del petróleo, o también iniciar una vertiente irónica,  sobre una riqueza que no le ha dado tantos frutos esperados a los pobladores de los países productores. Cada uno al leer las novelas es libre de inventar sus imposturas,  hasta de hacerle un guiño al autor creyendo que lo que lee es todo verdad. Tanto  la Cabimas de 1935, como la Caracas de 1972, o la Ciudad de México envuelta en las redes del espionaje petrolero que narra Carlos Fuentes; también las playas de Espíritu Santo  o las calles de Barrancabermeja son archipiélagos del petróleo que rescatan lenguajes olvidados, frente a los cuales el lector cierra a momentos los ojos para imaginar no lo verdadero sino lo que un escritor  narra, siempre conciente de lo que significa la palabra.

  Las novelas colombianas, país al que nos unen lazos históricos y dentro de cuyos límites comparten similar  identidad cultural  llaneros, andinos y  costeños,  ofrecen relatos cuyo valor literario sobrepasa las fronteras visibles e invisibles entre nuestros territorios. A principios del siglo XX, 1933, Mancha de Aceite del médico escritor  antioqueño César Uribe Piedrahita, presenta un lenguaje que desconoce el tiempo en que la retórica ensoberbecía el tono de los intelectuales y el patriotismo se manifestaba como nacionalismo a ultranza, con matices de xenofobia. El escritor se adelanta, en Colombia, a  la austeridad que la vanguardia propondría en busca de lenguajes esenciales.

 

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 En el otro extremo temporal, 1998, La Novia Oscura  de Laura Restrepo ofrece una contrapartida del debatido tema de la prostitución,  en el pueblo petrolero de Barrancabermeja, trabajándolo como una categoría social cuyo discurso literario se convierte en envolvente de un imaginario neo- barroco ,   asentado en tierras donde la influencia de García Marquéz  se palpa  entre   las letras de La Novia Oscura; y entre cuyas páginas un narrador anónimo, porque al asignarle un nombre la escritora perdería su identidad dentro de la novela, va orientando a los demás narradores en un orden ya establecido, a través de una búsqueda para construir la personalidad de la desaparecida Sayonara,  prostituta y protagonista de la novela. El torbellino morfológico- semiótico que envuelve el relato se puede considerar  como la disolución  de los límites que conformaban el concepto de prostitución. La unidad  identificadora se diluye en el personaje de Sayonara, en quien lo complejo e imprevisible tienen cabida en una red de significados que la escritora no trata de justificar. Laura Restrepo desarrolla un lenguaje de crecimiento ilimitado, utilizando el contexto de “La Catunga”, lugar de tolerancia, como una plataforma de pruebas, no sólo de lo que la explotación petrolera producía, sino con una idea de transformación mas no de integración social. El lugar ya no es el recipiente existencial permanente, sino la concentración del dinamismo que le imponía el negocio  petrolero, cruces de caminos. Diríamos que los momentos energéticos coinciden entre el auge petrolero y el de las trabajadoras sexuales.      Es indispensable el manejo integral: cultural, social, económico y psicológico de la protagonista y su relación con el contexto para hallar las interconexiones que todos estos aspectos tienen con el comportamiento de la persona. Tal vez el barroco del detalle en los contenidos  conceptuales del pensamiento, expresados por las prostitutas,  y la fragmentación entre  personalidades reales y soñadas encuentren su explicación en la estructura social que arropa a la Colombia actual, como un sistema inductivo de trasladar una parte al todo.

       México es el  país que junto a Venezuela ofrece mayor fecundidad petro-narrativa. Atraídos por la controversial personalidad del autor y por la unidad, simplicidad y coherencia narrativa hemos elegido  La Rosa Blanca, escrita en 1929 por  Bruno Traven,  llevada a la pantalla en 1961 y, por razones de censura, exhibida varios años después. Traven refuerza la capacidad expresiva de la novelística mexicana por integrarse a la memoria cultural. No podemos decir que esta novela pertenezca al estricto círculo de la vanguardia del siglo XX, su concepto discursivo tiene una doble vertiente, por una parte la voluntad de un significado colectivo contemporáneo y por otra la capacidad para explicitar la memoria, para lo cual acude a figuraciones históricas que le otorgan mayor carga expresiva a la novela.. Tal vez el minimalismo sea una de las pocas coincidencias de Traven  con  los artistas que, más adelante, fijarían su posición a lo largo del siglo XX. El escritor asume la idea de satisfacer con un discurso mínimo en sencillez sus propósitos narrativos. El desafío de conseguir emocionar sin necesidad de recurrir a gran cantidad de elementos simbólicos, tal como lo propusieron en la Rusia socialista los grupos opuestos al abarcador maximalismo político.  Una tendencia al elementarismo desarrollada posteriormente por Raymond Carver en literatura y que tiene la referencia en “ el menos es más”, frase con la que los arquitectos expresaban la búsqueda de esencia conceptual. Traven es precursor de la tendencia con un lenguaje liberado de funciones referenciales. La palabra  evoca un sólo significado implícito en ella misma, elude la contaminación sensualista que vaya más allá de la percepción directa del lenguaje. Sin embargo La Rosa Blanca se desvía del concepto minimalista  al  no renunciar a la memoria que le sirve, a través de las tradiciones mexicanas, para  propuestas ecologistas de conservación de recursos naturales,  que pudieran ser  destruídos  por la explotación del petróleo en las tierras que el  protagonista  Jacinto Yánez   se resiste a vender.

 

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     Atención especial dentro de la petro-narrativa mexicana requiere La Cabeza de la Hidra de Carlos Fuentes, novela cuyo interés reside en la confluencia entre el recrear residuos de épocas históricas de México y entrelazarlos con el meollo del espionaje,  a través de un travestismo discursivo para evitar la desaparición del pasado étnico, junto a crímenes e intrigas que desbordan las leyes civiles y humanas. Fuentes expresa una visión, ya no del campo y la explotación petrolera sino del espionaje a niveles gubernamentales y corporativos. Siempre con la idea, expresada tantas veces en escritos y entrevistas, de que aunque su tradición esté en ruinas, allí existen siglos de historia y cultura que forman el fenotipo mexicano. La ciudad adquiere dimensiones de personaje en la novela de Fuentes, calles, edificios encuentros en taxis, cafés, hoteles, restaurantes, detalles de esquinas se convierten en espacios de vida cotidiana. La ciudad de México a la vez que  cobija el delito    es  relatada por Fuentes,  mientras el lector va poniendo de su parte la incógnita hacia un final no previsto en el género seudo policial.

       Por los años sesenta, cuando en la política brasileña se debatía la cuestión petrolera a propósito de la discusión del nuevo proyecto de ley, que se planteó en forma definida con la llegada al gobierno de Janio Quadros,  escribe Renato Pacheco la novela  A Oferta e o Altar. El poeta y narrador capixaba (  nombre con que se designa a los pobladores de la región de Espíritu Santo) creó un espacio de controversia entre  los prejuicios pueblerinos que llevaron, en este caso, a una adolescente a la muerte por la crueldad de su padre y el atractivo del pequeño mundo ficticio que crea la explotación del petróleo. La historia se convierte en un microteatro de reconstrucción cultural, a través de un lenguaje cargado de oralidad e ironías, (aunque la palabra escrita usurpe la vida que el habla tiene en su contexto natural) que reflejan los diferentes estratos de poder y las mezquindades  en la pequeña comunidad de Ponta D’Areia, pueblo limitado en sus perpectivas de desarrollo a pesar de tener petróleo en las costas. El sacerdote, el barbero, el comerciante  y los políticos participan del egoismo colectivo, con un lenguaje pausado y monótono que va llevando al lector  a una intencional tensión para reconocer las máscaras dentro de las cuales se esconden los personajes. Pacheco margina el lirismo pueblerino y deshumaniza el lenguaje con la pérdida de lo regional, sensible y folklórico, para delinear la maledicencia de un sistema social que obliga a abandonar espacios propios a quienes no se incorporan a las pautas impuestas por el poder local. A Oferta e o Altar se maneja como excusa para extravasar los límites sociales, culturales, políticos y las apetencias individuales que, con un narrador en tercera persona, envuelven al lector en un panorama desolador.

      Se puede hablar de un estilo con pocos artificios literarios en la novela de Renato Pacheco, de lenguaje oral y diálogo interior que brota de la escritura sin que se advierta la intencionalidad escritural,  inteligencia espontánea de un escritor experimentado. Pareciera que el propósito del escritor fuera revelar, como dice Rubem Braga en su estudio sobre su obra, el conflicto autofágico que se desarrolla en pueblos desmitificados y deshumanizados por la influencia de la industria petrolera en las zonas de explotación. Hemos incluido esta novela en portugués por la calidad literaria del discurso, la novedad de la propuesta y también porque consideramos importante la interrelación cultural y solidaria con un país latinoamericano y limítrofe.

      En ciertos aspectos encontramos aproximaciones temáticas entre A oferta e o Altar y Memorias de una antigua primavera de Milagros Mata Gil, primero en el trazar la ruta cultural de un pueblo, libre de atractivos, a partir de politiquería y ocultación de verdades en una escenografía petrolera. Ambos escritores focalizan la atención del lector en la significación del lugar y en personajes que carecen del matiz de humanidad que arropa a los habitantes provincianos. Por último en las dos novelas se estrechan los límites sociales de un pueblo que se convierte en el protagonista sedentario de una población nómada. En cuanto a la propuesta estructural, mientras Milagros Mata Gil acude a diferentes narradores e introduce la intertextualidad, mediante la inserción de arte y periodismo entre sus páginas, Pacheco sigue la línea tradicional de narrador único. En una entrevista hecha en la ciudad de Vitoria en 1996, el escritor reconoce que se mimetiza en la novela, como partícipe de muchos episodios presenciados durante su vida en la región petrolera que relata. Con espíritu crítico, luego de haber compartido parte de la memoria regional, destruye el tejido local y crea los espacios antisolidarios, reales o imaginados, que caracterizan la narración.

       El  imaginario revela en las narraciones del petróleo un tenaz intento por no cerrar la comprensión de ese mundo que tantas expectativas crea alrededor de quienes lo viven, en diferentes regiones de Latinoamérica. Algunas veces aunque, como dice Vargas Llosa, las novelas cuentan verdades y mentiras, no por eso se apartan del componente real que puede presentarse más verídico que la Crónica Oficial. Otras veces colindan con los sueños para no dejar vacías las carencias de vida, como refiere el escritor argentino Hector Tizón en el cuento Petróleo, donde los pobladores de un pueblo de la provincia de Jujuy, al creer que tienen petróleo en  el subsuelo, crean un contexto alegórico de abundancia a través de la transformación de objetos en sueños de bienestar, por la magia de las ideas. Petróleo nos recuerda la fábula de La Lechera en la cual Samaniego, a través de romancillos y décimas, relata los sueños frustrados de una lechera a quien en medio de la euforia se le cae y rompe el cántaro  productor de sus ilusiones. “ El cántaro se cayó /Pobre lechera/ Adiós leche, dinero, huevos, pollo, lechón, vaca y terneros.” El soldado, protagonista del cuento de Tizón, cuando la exploración del petróleo fracasa mira al pasado como una alteridad, conciente del regreso de un contexto ya rechazado. El cuento coincide en año, 1958, con la discusión de los contratos y concesiones petroleras durante el gobierno de Arturo Frondizi, el escritor proyecta las expectativas del país hacia los personajes, entusiasmo desmedido en adultos y fantasía en los niños. Nicolás, lider de la fiebre petrolera, sueña con: “ Casas de dos pisos, zapatos nuevos, andar en autos de alquiler…también guardar dinero para cuando seamos viejos. ( Tizón. 1974. Pag 47). Tizón maneja en un relato breve lo heterogéneo de los deseos y respuestas de una comunidad imaginada donde hasta el quechua, lengua autóctona de predominio en la región, se contamina con el voseo rioplatense de trabajadores e   ingenieros  llegados de la capital.

        Las novelas venezolanas , desde 1912, muestran la hibridez discursiva  provocada por la explotación del petróleo, expresada en lenguajes donde el hablar  culto se mezcla con el hablar cotidiano del pueblo, oralidad que incorporan   Díaz Sánchez en Mene, Gabriel Bracho Montiel en Guachimanes y Milagros Mata Gil en  Memorias de una antigua primavera. Walter Ong considera que:

 

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 La condición de las palabras en un texto es totalmente distinta de su condición en el discurso hablado…Las palabras escritas quedan aisladas del contexto más pleno dentro del cual las palabras habladas cobran vida” ( Ong.1994.pag.102).

 Las novelas nunca postulan a lo cosmopolita, el contexto petrolero de cada una, aún a costa de sus semejanzas, es el de Cabimas o Santa María del Mar descrito alrededor de personajes locales y de regiones determinadas, lo que varía es la forma de integrarse a esos lugares, según sea la modernidad que sus discursos propongan.   En Mene, el lenguaje constituye el centro ordenador del lugar y el transcurrir de la novela va configurando los espacios narrativos. Es a partir de esta novela cuando en las narraciones del petróleo el personaje se diluye en función de un acontecer que prestigia el  espíritu colectivo y  una memoria  que, para ser relatada, rechaza las estéticas autoritarias en función de recrear la moderación, la lujuria, el requiebre de moldes tradicionales y contextos donde los personajes, ya sean dominadores, explotados o excluidos, integran un contenedor, un barril de petróleo, un sistema de máquinas, símbolos del poder que configuran lugares modificables y dinámicos dentro de los cuales hasta el espacio doméstico pierde la identidad original.

     Si bien es la palabra la que mejor expresa esta iconografía petrolera, sin embargo también en la imagen se esconde la asociación libre de la imaginación con estos significantes que el petróleo propone. Marcel Duchamp decía que el arte se encuentra por doquier lo interesante es saberlo encontrar. El artista venezolano Rolando Peña captó diferentes visiones del quehacer petrolero en pinturas  que, desde 1983, han figurado en exposiciones internacionales. Un sin fin de analogías que se metaforizan en un tonel metálico, en la magia que esconde el barril de oro, dispuesto en hileras, laberintos, círculos, siempre con una posición crítica frente a lo aleatorio del petróleo para la sociedad donde se extrae.  La exposición, visible en internet, a través de la adaptación de la técnica pictórica neoimpresionista del puntillismo que, con carácter seudocientífico, propugnó  en 1884 George Seurat, muestra la interacción del arte con la ciencia  y las transferencias analógicas que el petróleo propone en una pantalla donde el producto visualizado es tán virtual como la riqueza que desaparece adentro de los dorados barriles. Los prosaicos envases pierden su funcionalidad productiva  original para sorprender con formas humanas escultóricas entrelazadas entre espacios tecnológicos.

      La ficción, ya sea textual o pictórica no intenta competir con el discurso histórico, tampoco borrar la vieja letra de sus pergaminos para escribir sobre ellos, ni sustituir sucesos de la Historia Oficial por otros que reflejen lo cotidiano, lo simbólico o lo imaginario en un pueblo petrolero. Las novelas narran episodios excluídos de la crónica cultural, descubren un espacio,  un tiempo y un lugar, donde el acontecer narrativo revela los fermentos sociales que la explotación petrolera produjo en diferentes épocas. Caben para las novelas que integran el macro-relato del petróleo las siguientes palabras  de Oswaldo Larrazábal  en el prólogo de Casa de los Abila de José Rafael Pocaterra :

     El testimonio que representa, la realidad que especula, la interpretación que refiere…permanecerán  como un instrumento de denuncia de un autor que ve a su país como posibilidad de referencia …Porque es importante dejar las cosas escritas y que mágicamente circulen.” ( Pocaterra.1991,pag 8).

 

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     Hoy, cuando la realidad en terrenos petroleros ha cambiado y el trabajador es oído en predios empresariales y gubernamentales, las narraciones son memoria de la pluralidad fragmentaria donde se movían los diferentes actores del lucrativo negocio, divididos por cercas, comisariatos, bares, segregación social y plutocrática que emana de las letras del petróleo.  La transculturización, que en esa época se asumía como intromisión cultural

y hoy los culturólogos, García Canclini y Jesús Martín Barbero,  consideran inevitable hibridez que avanza con la globalización mediática, el internet y las constantes migraciones, se convirtió en los campos petroleros en un sistema ideologizante sobre personas que no encontraban la expresión adecuada para las nuevas propuestas. El musiú, el guachimán, el maifrén integraron una simbología de poder  que tenía la contrapropuesta en el botiquín , el burdel y los ranchos, componentes del repertorio icónico de una sociedad subestimada.

     Mirada desde la vanguardia artística la estética petrolera se descubre sobria, esencial, fundacional,  a la vez que tecnológica e industrial. Una ruptura en la vida venezolana desde principios del siglo XX. Huidobro con Marinetti se conjugan en la lírica de las letras del petróleo que no se pueden asumir como un paradigma único. Bracho Montiel en Guachimanes lo articula con una visión social, económica y antropológica, a través de un discurso de modernidad donde  habla de los contactos culturales en pleno proceso de explotación petrolera  y de los nuevos significados que los pobladores iban aceptando, producto de la interacción humana. Tratando de buscar las posibles motivaciones para su escritura, como previa condición histórico-social, pensamos que Bracho quiso darle marca cultural a ese personaje de la Venezuela petrolera de principios de siglo. Un hombre indispensable, confundido e implicado en incidentes ilegales,  se convirtió en el referente a partir del cual tejer una historia, denuncia de las injusticias que el narrador conoce en su visita a un campo petrolero. Así lo expresa al inicio del relato luego de presenciar el velorio de un obrero muerto por los guachimanes por reclamar sus derechos laborales: “ Sus turbias pupilas me reclamaban algo. Tal vez una protesta ¿La narración de aquello que he empezado a ver, por ventura?” (Bracho. 1954. Pag 10).

     El escritor publica la novela cuando ya el guachimán se había convertido en guardián de todo tipo de fábricas, de manera que su discurso extiende un puente entre la escritura y la vida, y a momentos  justifica con benevolencia las actitudes de ese personaje, a través de un movimiento bifásico entre la representación literaria de una persona rechazada y al mismo tiempo la imagen de un tipo social insertado en nuevos contextos laborales.  La condición dramática de este personaje que, imbuído de un hybris de poder que no le pertenece, se convierte en verdugo de sus compañeros, basta para explicar la narración de Bracho Montiel, necesidad esencialmente moderna de representación de figuras sociales.

     Bajo el régimen de ficción o realidad, cuyos límites los disuelve el lector al apropiarse de la voz de la escritura, a instancias textuales, el guachimán de Bracho se sitúa en terrenos de represión , reducido a una envolvente de juegos retóricos, convocados a posteriori de la visita  a la zona petrolera y la respectiva investigación del narrador según sus palabras:

     Es la primera vez que visito un pueblo petrolero venezolano y espero encontrar todo ese vibrar de progreso que entraña la ambicionada riqueza negra…. Un camino nuevo presumo encontrar y debo esculcar dificultosamente en viejo y tétrico camino de ayer, porque la renovación debe haber borrado hasta las huellas. ( Bracho. 1954. Pag 7).

      El  personaje infame se va configurando entre el lenguaje académico del narrador y  regionalismos propios de la oralidad zuliana, los cuales algunas veces son explicados por el escritor con la intencionalidad de introducir al lector en el híbrido mundo que relata. A la vez que produce un efecto fáctico que verosimiliza la ficción, organizada en Doce Aguafuertes, construídas con los materiales que el campo petrolero le proporciona, donde Tochito, el maestro Ceferino, Sarita La Turca, el Coronel y Mister Charles conforman  el complejo simbólico cultural, que juega entre la aparente sustitución de etapas arcaicas de organización social y la necesidad de estructurar nuevas formas de vida y trabajo. Pudiéramos decir que Guachimanes intenta preservar una identidad discursiva para expresar el distanciamiento entre el gerente extranjero y el trabajador local, el lenguaje se convierte así en la ideología subyacente al negocio, estrategia para reafirmar la posesión local y demarcar el territorio recursos que Perán Erminy denomina “ unidades de sobrevivencia”.

      En la complejidad de los fenómenos sociales, identitarios y económicos enraizados en tan discutido pero deseado producto. César Uribe Piedrahita en Mancha de Aceite expresa los conflictos psicológicos y étnicos en la cotidianidad de los protagonistas y Alberto Vázquez Figueroa embetuna los taladros de Marea Negra  con una cobertura de espionaje político situado en la Venezuela de 1970, entre los vaivenes del embargo petrolero y las relaciones conflictivas con los países de la Opep. Cada uno desde su subjetividad contribuye, junto con Pocaterra, Diaz Sánchez, Blanco Fombona, Renato Pacheco, Miguel Otero Silva, Milagros Mata Gil, Laura Restrepo, Orlando Chirinos y otros a darle rostro, estructura y  policonceptualidad al gran relato literario del petróleo en Latinoamérica. .    En ningún momento la tecla electrónica ha querido convertirse en bisturí literario; todas las novelas del petróleo, aún las que no citamos, tienen hoy vigencia. Este obituario del petróleo sin cadáver, que no sabemos si algún día tendrá lápida, no es exhaustivo y amerita nuevas investigaciones.

 

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BIBLIOGRAFÍA

Novelas sobre petróleo 

Blanco Fombona, Rufino. 1958. La Bella Y la Fiera. En Obras Selectas. Madrid. Ediciones

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Bracho Montiel, Gabriel.1954. Guachimanes. Santiago de Chile. Talleres Francisco Javier.

Diaz Sánchez, Ramón. 1977. Mene. Buenos Aires. Eudeba.

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Otra Bibliografía consultada

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Consultas en internet

Boulton, Alfredo. 1991. Rolando Peña. http// 150.186.3.3/mene/menedig/boulspa.html

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Sobre o autor:
nome: Julia Elena Rial
E-mail: majusa@cantv.net
Home-page: [não disponível]
Sobre o texto:
Texto inserido na revista Hispanista no 13
Informações bibliográficas:
RIAL, Julia Helena. Petro-narrativas latinoamericanas. In: Hispanista, n. 13. [Internet]
http://www.hispanista.com.br/revista/artigo113.htm

 

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