HISPANISTA - Vol IX 32 -enero - febrero - marzo de 2008
Revista electrónica de los Hispanistas de Brasil - Fundada en abril de 2000
ISSN 1676-9058 ( español)
ISSN 1676-904X (portugués)
Editora general: Suely Reis Pinheiro

El Romance sonámbulo de Federico García Lorca como fundamento
ontológico-existenciario de la conciencia del ser para la muerte

“Dentro de la fragua lloran,
Dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.”


Juan Pablo Ortiz-Hernández


La obra del español Federico García Lorca (Fuente Vaqueros, 1898-Víznar, 1936) es vasta y se define por la multiplicidad de géneros que abarca. Licenciado en Filosofía y Letras se instala en Madrid en la Residencia de Estudiantes donde conocería a algunos de los poetas que formaban parte de la hoy conocida Generación del 27. Entablando amistad con Dalí y Buñuel, Lorca se embarcaría en una contienda creativa desde la publicación de su primera obra en verso para 1921 hasta 1933 con la realización de su último poema: Llanto por Ignacio Sánchez Mejías.

Como ha mencionado Martínez Cachero, es claro que el Romancero gitano (1928) supondría la revelación de Lorca para un público extenso y diverso que logró entablar un diálogo con el poeta, tomando como medio su riqueza metafórica, sensualismo, patetismo, misteriosidad, fantasía, pero sobre todo una conciencia del espíritu gitano a través de los elementos naturales, como también aquéllos que tienen relación con las alcobas infinitas de la percepción surreal del mundo (583). Es aquí, en esta última obra, pero sobre todo en la voz poética que encierra el Romance sonámbulo [1] donde se comprueba que, el hombre es llamado hacia la existencia por el fenómeno de la conciencia, a través de una voz que invoca al sujeto a emprender una travesía hacia lo que le depara el destino y, así, llegar a la noción del andar hacia la muerte.

La certeza del andar hacia la muerte se hace posible en el poema lorquiano desde una perspectiva del “ya no [estar] ahí” [2] o, en otros términos, la imposibilidad del Dasein. Es por ello que a través de la comprensión de la muerte del otro, desde un primer momento en la trama poetizada del RS, se asevera la certeza del propio final del ente poetizado (el contrabandista). Es, entonces, en el morir del otro (la gitana o la niña en la baranda) que se puede experimentar, como señala Heidegger, el notable fenómeno del ser (260). Es así, que la cuestión del sentido ontológico de la muerte se revela en el sujeto poético a través del propio lenguaje y sus alcances dentro de la metáfora del sueño como posibilidad existencial, ya que el sonambulismo representa un caminar, una búsqueda, una dirección en el plano de un inconsciente que tiene la certidumbre -de manera paradójica- de una trayectoria fija que posee dentro de ella misma un destino metafísico ratificado: por un lado, el morir como la confirmación del alcance de la totalidad del “ser ahí”; por otro, la prueba fidedigna de que este fenómeno sólo manifiesta la pérdida de ser del “ahí”.

Cabría re-definir, pues, este proceso que cursa nuestro protagonista en RS como un vuelco en que este particular ente pasa de la forma de ser del “ser ahí” al “ya no [estar] ahí”. Es por esta razón que la voz poética de RS como ha señalado García-Posada [3], reúne elementos que conjugan dentro de ellos mismos un espacio trágico (el mar y la montaña) que únicamente muestra que la existencia de los seres poetizados en la obra lorquiana nos presenta una idea clara del destino (129). Dicho destino -trazado en éstos como entes eyectados al mundo- los ha llevado por una parte, a la espera en una “baranda” que sólo representa un estadio que precede a la muerte y, por otra parte, a la espera de la muerte por medio de la agonía física y, por tanto, una espera segura de que hay un hecho inevitable como se puede apreciar en los siguientes versos:

-Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra […]
-¡Compadre! ¿Dónde está, dime,
dónde está tu niña amarga?
-¡Cuántas veces te esperó […]
en esta verde baranda!

Podríamos mencionar que la posibilidad de representación fracasa rotundamente ya que se trata en el poema de una representación de la posibilidad de ser que “constituye el ‘legar al fin’ el ‘ser ahí’ y, que en cuanto tal, da a éste su totalidad” (Heidegger, 262). En la voz poética resuena y se infiere que el contrabandista ha tomado el morir del otro desde un primer momento; ha tomado el morir de la gitana como el propio y, aquí la cuestión estético-ontológica de la totalidad instituye que “nadie puede tomarle a otro su morir” (Heidegger, 263). Es así que el estamento existenciario en el poema de Lorca nos transporta a una visión de la propia existencia como un entramado de posibilidades que encierra en ella misma la imposibilidad que es revelada con la muerte. Ha inferido, pues, la voz poética en un fraude de magnitudes extremas, ya que no hay elección para los entes poetizados en Lorca, debido a que todo acto posible de proyección o trascendencia no hace más que expeler a nuestros protagonistas hacia la condición de hecho en la cual se encuentran. La posibilidad en el poema lorquiano tiene una connotación de equivalencia ya que existe en el contrabandista como en la gitana una nulidad esencial. Nulidad que presagia el viento y el giro metafórico que expresan las ramas de los árboles que se dejan enloquecer por el sonido de dicho vendaval; un vendaval que la voz poética reclama como “verde que te quiero verde”; un vendaval que encierra en sí mismo la desdicha y la muerte con tonalidades de aparente vida: el color verde. ¿Será que la voz poética “sonambuliza” en los confines de un umbral como muerte-vida? ¿será, pues, que los protagonistas duermen ya y, sólo, su nula representación les revela su “ya no ser” o tal vez, para ser más precisos, su “ya no estar”?


Desde el inicio del poema es notable que el ser de los entes poetizados se nos da como nulo con anterioridad a todo lo que pudieran proyectar o, incluso, alcanzar; el ser de la gitana como el del contrabandista es “nulo ya” como proyectar. Por esta razón, la llamada de la voz poética como una conciencia de estos personajes, es, precisamente, la llamada a una nada o a su forma tan radical y última que es la propia muerte. El caminar “sonámbulo” hacia una nada, como sostiene Christoph Eich, incorpora elementos como el barco, el mar o el caballo como representación de espacios “identificables” que flotan libres como en un vacío donde los protagonistas co-existen, pero el único punto firme de existencia en estos espacios es la baranda y, la propia luna (108). Estamos transplantados, pues, en el poema de Lorca en un mundo al que sólo es posible acceder por medio del estadío del sueño. Un mundo en el que la muerte como dirección última es la única garantía, un mundo que sólo pone de manifiesto las preguntas que surgen a partir de la propia estructura narrativo-poética de esta particular pieza de arte: ¿de dónde vienen nuestros personajes? Es evidente que sabemos claramente a dónde van, pero ¿el origen? ¿cuál es? ¿dónde está? Lo que podemos responder es que tanto el contrabandista como la gitana aparecen como entes aislados y es la muerte la que los aísla consigo mismos; pareciera que habitan en soledad y su interconexión sólo es posible a través de la búsqueda o la espera en la muerte del otro, para saber si están vivos o ¿muertos?, para saber si realmente existen o dejan de existir:

Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga […]
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.

Es claro que el sueño es el espacio metafísico que nos permite, como una posibilidad incondicionada, poner a nuestros protagonistas en medio de las cosas o entre otros hombres, pero al mismo tiempo nos revela la imposibilidad insuperable de éstos; la imposibilidad cierta en tanto que la extrema posibilidad de la existencia es su renuncia a sí misma. Los entes poetizados de RS, a través de una decisión anticipadora, reconocen la posibilidad de la muerte. La baranda funciona como una metáfora decisiva en la que arrojarse por la borda se antepone a quedarse en el estadío del espacio vacío como ya lo mencionara Christoph Eich [4], dando así pie al cumplimiento de la totalidad ontológica, a través de la muerte. Por otra parte, en tanto que el contrabandista sube a la montaña, el sabor a muerte se le representa a manera de “de hiel, de menta y de albahaca [5]” y, es así que, su conciencia de la muerte ya es certera desde mucho antes que ésta se presente. Pareciera que la voz poética, a manera de iluminación, le hubiese provisto de una capacidad para asumir su propia muerte a partir de la muerte que está por sucederse: la muerte de la gitana. Es por ello que, el sujeto poético de RS le confiere al contrabandista una aparente existencia auténtica a partir de la búsqueda de un sitio para morir dignamente como se muestra enseguida:

-Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de Holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?

Pero la clave se encuentra en el giro que la voz poética nos presenta, ya que el contrabandista pareciera morir a partir del conocimiento de la nulidad de la existencia de la gitana, es así que su propia muerte aparenta ser resultado de la partida de la amada; partida misma que el sujeto poético nos manifiesta desde los primeros versos:

Con la sombra en la cintura,
ella sueña en su baranda […]
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.


Entonces, a la manera de Heidegger, se presenta en el poema lorquiano el sacrificio de un ente “uno” por un ente “otro”; sacrificio que se nos da como un hecho determinado por la voz poética. Es esta voz poética la que logra que el contrabandista “vaya a la muerte por otro” (Heidegger, 263). Es por ello que, este engañoso esquema por parte del sujeto poético no le permite al lector percibir en el contrabandista la proyección de su “ser ahí” de manera completiva, sino parcial. En este caso, es en el “finar” de la gitana el lugar en el cual se muestra que la muerte se encuentra conformada ontológicamente por el ser sobre sí misma y la existencia. Tenemos ante nosotros, pues, un fenómeno existenciario que reside en la muerte.

Podemos decir que por medio de la caracterización que la voz poética hace del “ser ahí” a través de su viaje transitorio hacia el “ya no [estar] ahí” en los entes poetizados de RS y, con especial fijación en el contrabandista, se infiere una anulación de la auténtica existencia a través de un reconocimiento de la pérdida del ser mismo; el sujeto poético pone en movimiento dicho apartado: “Ya suben los dos compadres/hacia las altas barandas/Dejando un rastro de sangre/ Dejando un rastro de lágrimas”. Aquí, dicha pérdida se transluce a partir de la agonía física, a partir de una retórica del “dejar atrás” al momento del ascenso a la montaña.

Pareciera que en un ritual metafórico, el sujeto poético designa terminológicamente el “finar” desde una perspectiva más biológica-fisiológica que abstractiva, como lo hace con la gitana. Es por ello que García-Posada reconoce que desde un principio la gitana ya está muerta, y este reconocimiento se presenta a través de la sombra de la muerte que la tiene tomada de la cintura (124). Así que, la voz poética dignifica, hasta cierto punto, el “ser ahí” de la gitana, ya que ésta decide morir a partir de la “espera inútil del amor” (García-Posada, 128). Ésta ha vivido, de manera parcial, para la muerte. Debe entenderse que el vivir para la muerte no es en absoluto un intento de llevarla a cabo, por tanto, no tendría que caerse en el suicidio. Según José Gaos, la muerte es una posibilidad y no puede ser entendida y realizada sino como una amenaza suspendida sobre el hombre (96). Es así que, la voz poética pareciera comprender la imposibilidad de la existencia de sus entes poetizados. De esta manera es cómo el “ser ahí” para la muerte no se cumple de manera total ya que la conciencia de la muerte no inclinaría ni a la gitana a atentar contra la muerte por medio de la espera, ni al contrabandista a “morir en otro”. El contrabandista como accidente ontológico, decide asentar el basamento de su “ya no [estar]” en la muerte de su amada. El venir sangrando, de éste, entonces, funcionará como una metáfora de la pena, que en Lorca, dicho término tendrá, en repetidas ocasiones, evocaciones mayúsculas que trastocan los límites de una contienda de la “inteligencia amorosa” con un secreto de connotaciones arcánicas debido a que reside en esta “inteligencia” una imposibilidad para su comprensión (Conferencia-recital del Romancero gitano, 179).

Entonces, ¿será posible que el sujeto poético haya optado por exponer, en su búsqueda estética, una/s posibilidad/es de aprehender ontológicamente la muerte? O, ¿será posible, en su caso, que exista en la voz del RS un afán del análisis de la muerte como un simple “morir” para así instaurar la/s posibilidad/es de trasladar este proceso a una conceptualización de inmediaciones puramente existenciarias? Estas cuestiones abren otras premisas que, en su caso, tendrían que ver con la búsqueda de un mapa que dibuje el fenómeno o los fenómenos que contruyen las descripciones ontológicas de la existencia y, no la muerte, como amenaza. Y si es así, entonces, los datos existenciarios nos llevarían a analizar el romance del poeta español, mediante una perspectiva que explique la conformación de la imposibilidad de la voz poética de crear un mundo en el que la muerte se presente como el alcance del “ser ahí” en su totalidad, habitando en estas inmediaciones una noción de la muerte como un destino al que apuntan dos caminos paralelos: el primero, el “estar” en el mundo y, el segundo, la pérdida, a la vez, de tal derecho existenciario.

 

BIBLIOGRAFÍA

CANDELA, Zoraida. Magia gitana. Madrid: Robinbook: 2006.
EICH, Christoph. Federico García Lorca: poeta de la intensidad. Ed. Gonzalo Sobejano. Madrid: Gredos, 1976.
GAOS, José. Introducción a El ser y el tiempo de Martin Heidegger. México: FCE, 1993.
GARCÍA LORCA, Federico. Romancero gitano. Ed. Miguel García-Posada. Madrid: Castalia, 1988.
___________. “Conferencia-recital del Romancero Gitano.” Obras completas III. Prosa. Ed.
Miguel Posada. Barcelona: Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg, 1997. pp. 53-
77.
HEIDEGGER, Martin. El ser y el tiempo. Ed. José Gaos. México: FCE, 2007.

Notas

[1] A lo largo de este trabajo abreviaremos el nombre de dicho poema de la siguiente forma [RS].
[2] Como Martín Heidegger ha sostenido en su obra El ser y el tiempo, el “ser ahí” de los otros es con la consecución de su totalidad en la muerte un “ya no ser ahí” en el sentido de ya no estar en el mundo. Es por ello que he decidido usar el verbo de temporalidad “estar” para hacer más claro este concepto que, de por sí, encierra en él una complejidad que sólo una traducción certera podría solventar. Hasta hoy, la versión española de la obra de Heidegger que José Gaos ha realizado, sigue presentando imprecisiones de traducción que dificultan la comprensión adecuada de la misma. Entonces, la pregunta que nace a partir del “ya no ser ahí” se formula de la siguiente manera: ¿no significa el morir un salir del mundo, un perder “estar” en el mundo? (Cf. Heidegger, 260).
[3] En su edición del Romancero Gitano.
[4] Cf. la obra incluida en la bibliografía.
[5] Cabe mencionar la connotación mágico-herbolaria de la albahaca como elemento para permitir al alma transitar por el umbral sin que demonios y entidades negativas disturben el viaje hacia el más allá (Zoraida Candela, 111).