HISPANISTA - Vol XIV - 53 - Abril - Mayo - Junio de 2013
Revista electrónica de los Hispanistas de Brasil - Fundada en abril de 2000
ISSN 1676-9058 ( español) ISSN 1676-904X (portugués)

Editora general: Suely Reis Pinheiro

Alexis Márquez Rodríguez

MAGISTRADOS
 

La palabra “magistrado” conlleva en sí misma un sentido de dignidad y decoro. El significado que de ella da el DRAE lo señala: “1. Alto dignatario del Estado en el orden civil, hoy especialmente en la Administración de Justicia. 2. Dignidad o empleo de juez o ministro superior. 3. Miembro de una sala de Audiencia Territorial o Provincial, o del Tribunal Supremo de Justicia”. Lo corrobora su origen etimológico, pues “magistrado” deriva del latino  “magistratus”, que a su vez viene de “magister”, que significa  “maestro”. “Maestro”, por su parte, es el que enseña, no sólo  conocimientos,  sino también formas de comportamiento, tal como lo precisa la primera acepción de esta palabra en el DRAE: “maestro, tra. 1. Dicho de una persona o de una obra: De mérito relevante entre las de su clase”.

En Venezuela es tradición llamar “magistrados” a los jueces del máximo tribunal, la antigua Corte Federal y de Casación, más tarde Corte Suprema de Justicia, y  hoy Tribunal Supremo de Justicia.

Ser miembro del órgano supremo del Poder Judicial  supone representar en su grado máximo la dignidad de por sí implícita en la  condición de juez.

Conozco personalmente muy pocos de los actuales magistrados de nuestro Tribunal Supremo de Justicia. Algunos, muy contados, son o han sido mis amigos. Otros, igualmente pocos, me son meramente conocidos. A la mayoría no los  conozco y nunca los he visto. Pero de todos ellos me pregunto hasta qué punto son  verdaderamente magistrados, en el sentido exacto de la palabra. Me lo pregunto  sobre todo cuando veo su comportamiento como integrantes del máximo  órgano del Poder Judicial, un poder que en Venezuela ha perdido totalmente una de sus condiciones intrínsecas y definitorias, como es la de su independencia de los demás poderes, y se ha convertido en un vulgar apéndice del presidente de la República, al cual, para colmo, sirve para la satisfacción de sus  designios y conveniencias.

¿En tales circunstancias vale la pena ser magistrado de un Tribunal  Supremo que de eso no tiene nada? Peor aún, ¿puede llamarse con propiedad “magistrados” a semejantes personajes?

Debo decir, sin embargo, que, siempre a juzgar por lo que se informa en los  medios de comunicación, hay una esclarecida excepción, en la  magistrada Blanca Rosa Mármol de León, mi antigua alumna en el Liceo Andrés Bello, una de esas que andando el tiempo lo hacen a uno sentirse orgulloso de  haberla tenido como tal.

De los restantes, no puedo individualizar a ninguno ni en pro ni en contra. Lo  que me induce a decir lo que aquí digo es el abominable comportamiento corporativo del TSJ,  del cual, que se sepa, sólo la Dra. Mármol de León ha sabido diferenciarse.
 

LAMBUCIO
 

El DRAE define el adjetivo “lambucio” como un  venezolanismo coloquial, con el siguiente significado:  “1. Dicho de una persona: Que acostumbra comer entre comidas. 2. Tacaño o avaro en las cosas pequeñas o en  pequeñas cantidades. Úsase también como sustantivo”·

El vocablo no está en otros diccionarios generales, pero el “Diccionario de uso del español de América y España” VOX sí registra, también como  venezolanismo, “lambucear: Lamer algo con avidez”. Este verbo también aparece en el DRAE, pero sin marca de venezolanismo: “Lamer, por glotonería, un plato o una vasija”.

La definición de “lambucio” en el DRAE es válida,  pero incompleta. En Venezuela  usamos el  término con las dos acepciones que allí se registran. Pero  la calificación de “lambucio” en el habla venezolana va mucho más allá, tal como lo vemos en el “Diccionario del habla actual de Venezuela”, de R. Núñez y F. J. Pérez: “lambucio, a, lambusio, a: 1. coloq. desp. Persona de escasos recursos económicos, y generalmente de poca cultura. 2. (...) Persona que  actúa  servilmente o halaga a alguien con el fin  de conseguir algún beneficio. 3. Persona o cosa que no se considera importante. 4. Persona que constante e insistentemente pide, busca y aprovecha todos los beneficios, especialmente materiales, que pueda obtener de  quienes  se encuentren cerca. 5. Persona o animal que come o lame los restos de alimentos dejados por otros. 6. Persona que come con avidez. 7. Persona que come excesivamente”.

En términos parecidos lo hallamos también en el  “Diccionario de venezolanismos”, de M. J. Tejera et al: “1. Se dice de quien acostumbra comer entre comidas,  registrando en busca de sobras de la comida anterior.   Goloso. 2. Tacaño o avaro en las cosas pequeñas o en las pequeñas cantidades. 3. Pobre, maltrecho. 4. fig. Canalla, pobre de espíritu. 5. fig. Zul. Entrometido. 6. fig. Zul. Se aplica a la persona que pretende sacar provecho  material, aunque sea escaso, de todas las situaciones. Logrero”.

El uso del término “lambucio” es viejo en Venezuela. Aparece, entre otras obras, en la novela “Mimí” (1898), de R. Cabrera Malo; en la novela “El Haitón de los coycoyes” (1924), de Ángel S. Domínguez y en “Glosarios del bajo español en Venezuela” (1929), de Lisandro   Alvarado

CORTESÍA



Cortesía
es, en primer lugar, ³Demostración o acto con que se manifiesta la atención, respeto o afecto que tiene alguien a otra persona² (DRAE). El mismo diccionario dice que cortesía viene de cortés, y define este como ³Atento, comedido, afable, urbano².

Más precisa es la definición de cortesía de doña María Moliner en su  siempre imponderable Diccionario de uso del español: ³Conjunto de reglas mantenidas en el trato social, con las que las personas se muestran entre sí  consideración y respetoŠ².

No hay duda de que la cortesía es asunto de buena educación. Para ser  cortés no es necesario que se tenga amistad, cariño o afecto por la  persona a quien se trata de ese modo. Es más, el trato que damos a personas a las que amamos, con quien nos une la amistad íntima  o el mayor afecto no es, de hecho, propiamente cortesía, sino mas bien cariño, definido por el DRAE como la ³Inclinación de amor o buen afecto que se siente hacia alguien o algo². Lo que sí está en la base de la cortesía es el respeto y la consideración. De ahí que el tratar cortésmente a alguien no significa que esa persona sea nuestro amigo o amiga,  ni que sea objeto de nuestra admiración ni de nuestro afecto. Obsérvese que cuando el DRAE define la cortesía y enumera las formas como se manifiesta, ³atención, respeto o afecto², emplea la  conjunción disyuntiva ³o², señal de que dichas formas no son acumulativas,  y pone  en evidencia que atención, respeto y afecto son cosas distintas, cada una de las cuales, por separado, puede ser expresión de cortesía, aunque, desde luego, también pueden darse juntas. Es obvio que no siempre a quien se atiende o se respeta es objeto de nuestro afecto, pero sí puede serlo, y a veces debe serlo, de nuestra cortesía.

De lo dicho se deduce que la cortesía, definida escuetamente como el buen trato, puede y debe emplearse aun con el enemigo, y hasta en las leyes de la guerra se incluyen normas que, paradójicamente, prescriben el buen trato entre los contendientes, y particularmente entre vencidos y vencedores.

La cortesía no impide plantear las cosas de manera enérgica, y hasta dura, cuando es necesario. No es ocioso el aforismo de que ³lo cortés no quita lo valiente². Existe, además, lo que se llama cortesía diplomática,  que no es un conjunto de normas frívolas de comportamiento,  o de aplicación voluntaria o  caprichosa, sino parte del Derecho Internacional que obliga a los funcionarios y  ciudadanos de un país a un trato decente con los de otro país, aun en casos de controversias y diferendos, por más agudos y conflictivos que sean.

En general, en la actividad política, nacional o iternacionalmente, la cortesía es de obligatoria aplicación, aunque sus normas son de tipo autónomo, por lo cual su incumplimiento no acarrea sanciones jurídicas,  pero sí morales, y a la larga produce graves daños.

Cortesía viene de cortés, y este del latino cohors, ortis, ³séquito de los magistrados provinciales².