HISPANISTA - Vol IX 34 -julio - agosto - septiembre de 2008
Revista electrónica de los Hispanistas de Brasil - Fundada en abril de 2000
ISSN 1676-9058 ( español)
ISSN 1676-904X (portugués)
Editora general: Suely Reis Pinheiro

FORMACIÓN DE LOS APELLIDOS

Alexis Márquez Rodríguez


En Castellano, como en todas las lenguas, los apellidos se forman mediante diversos procedimientos. Inicialmente las personas llevaban sólo “nombre de pila”, llamado así porque tradicionalmente es el nombre que, aunque se le pone al niño al nacer, y a veces antes, se consolida u oficializa, e incluso se registra por escrito, en el acto del bautismo, que generalmente se realiza en las iglesias ante la pila bautismal. De ahí que también suela decirse “nombre de bautismo”. El verbo “bautizar” no sólo designa el sacramento de consagrar a una persona como católico, sino también el acto de darle nombre, de suerte que metafóricamente se emplea ese verbo para referirse también al hecho de poner nombre a cualquier cosa, y no sólo a personas.

Inicialmente los seres humanos llevaban sólo nombre de pila. Pero a medida que la población fue creciendo, y en consecuencia fue necesario repetir algunos nombres, no bastaron estos para identificar a las personas, y entonces se adquirió la costumbre de poner a cada quien un segundo nombre. Con el tiempo este se convirtió en lo que hoy llamamos “apellido”, conocido asimismo como “nombre de familia”. También se emplea el vocablo “patronímico” para designar los nombres que se forman por derivación del que lleva el padre, aunque se ha ido extendiendo la costumbre de llamar “patronímico” a todos los apellidos, cualquiera que sea su origen.

Al principio, para completar la identificación de las personas se agregaba a su nombre algún dato que lo señalara, y así lo diferenciase de otros que llevasen el mismo nombre. A veces, por ejemplo, se agregaba la identificación del padre o de la madre: “Fulano, el de Pedro”; “Fulana, la de Isabel”. Pero pronto se prefirió señalar como segundo nombre el del lugar de procedencia o de domicilio. Así hacían los griegos: Parménides de Elea, Pitágoras de Samos, Solón de Atenas… Sólo las figuras muy notables, de por sí inconfundibles, han pasado a la historia únicamente con sus nombres de pila, como los grandes filósofos y los artistas muy famosos: Aristóteles, Sócrates, Platón, Apeles, Fidias, Safo…

En España se hizo costumbre tempranamente el uso como apellido del lugar de procedencia, articulado al nombre mediante una partícula relacionante: Juan de Valencia, Pedro de la Peña, Simón el Sevillano…, que con el tiempo se convirtieron en Juan Valencia, Pedro Peña, Simón Sevillano… Aunque algunos conservaron la preposición “de”, que, por cierto, no tiene ninguna connotación de nobleza ni nada parecido, como algunos ingenuos creen, sino de simple procedencia.

También son frecuentes los apellidos españoles procedentes de oficios, ocupaciones, cargos o títulos: Juan el herrero, Francisco el sastre, María la cabrera, Pedro el abad, Luis el monje, Alberto el conde, Manuel el duque, Ricardo el alcalde…, que a la larga se convirtieron en Juan Herrero, Francisco Sastre, María Cabrera, Pedro Abad, Luis Monje, Alberto Conde, Manuel Duque, Ricardo Alcalde…

FORMACIÓN DE LOS APELLIDOS

Otra de las formas más comunes de formar apellidos en nuestro idioma es derivarlos del nombre de pila del padre o de la madre. Ya vimos que al principio solía agregarse al nombre de una persona alguna indicación acerca de sus progenitores, como una manera de identificarlo: por ejemplo, José, el hijo de Juan; Antonio, el hijo de Pedro; Francisco, el hijo de Andrés. Pronto se abrevió la denominación suprimiendo la frase “el hijo de”, y la persona pasó a llamarse José, el de Juan; Antonio, el de Pedro; Francisco, el de Andrés”. Luego era lógica y natural la supresión del artículo: José de Juan; Antonio de Pedro; Francisco de Andrés. Algunos de estos conservaron la preposición “de”; otros también la suprimieron. Como ya vimos la semana pasada, esta “de” en algunos apellidos no significa nobleza ni ningún tipo de privilegios sociales o de otra índole, como algunos creen. Los apellidos así formados, que inicialmente eran personales o individuales, se fueron haciendo hereditarios y familiares, y al trasmitirse de padres a hijos se constituyeron en apellidos genéricos, lo cual explica que muchas veces dos o más individuos lleven el mismo apellido sin ser parientes entre sí.

Abundan también los patronímicos, o apellidos derivados del nombre del padre, formados agregando al nombre de pila paterno el sufijo “-ez”, que significa “hijo de”: Fernández, hijo de Fernando; Rodríguez, hijo de Rodrigo; Sánchez, hijo de Sancho; Pérez, hijo de Pero (forma antigua de Pedro); Márquez, hijo de Marcos; Bermúdez, hijo de Bermudo; Ramírez, hijo de Ramiro…

En algunos casos estos apellidos se forman agregando sólo una “-z”, o también el sufijo “-iz”: Ruiz, hijo de Ruy, forma antigua de Rodrigo; Díaz, hijo de Diago, una de las variantes de Santiago.

No se sabe bien el origen del sufijo “–ez” para formar patronímicos. Hay quienes le atribuyen origen hebreo, pero no es cierto. El uso de la partícula “-ez” para formar apellidos en más antigua que la presencia de judíos en España. Algunos creen que deriva de la terminación “-is” propia del genitivo latino, con valor de posesión o pertenencia. Otros opinan que es un préstamo al Castellano de la lengua vasca, a través de la lengua navarra. Don Ramón Menéndez Pidal sostiene la hipótesis, muy bien argumentada, de que es de origen prerromano, es decir, que sería anterior al Latín.

Es de advertir que algunos apellidos terminados en “-z” o en “-ez” no son propiamente patronímicos, sino que provienen de otros vocablos que no son nombres de pila.

El uso de sufijos, como “-ez”, para la formación de apellidos no es exclusivo del Castellano. Casi todas las lenguas tienen partículas de ese tipo, que literalmente significan “hijo de…”: en el Hebreo, “ben” (Ben Gurion; Benjamín; Benaím); en Inglés y otras lenguas anglosajonas, “son” (Johnson, Stevenson; Jakson); en los idiomas escandinavos, “-sen” (Christensen, Andersen, Hamsen); en Francés “de” (Descartes, Delacroix, Demoulins); en Ruso y otras lenguas eslavas, “of”, “ov”, “ova” (Melinkof, Romanov, Tereshkova); en Italiano, “-ni” (Martini, Antonioni, Berlusconi)…

 



FORMACIÓN DE LOS APELLIDOS

 

Los patronímicos castellanos formados con el sufijo “-ez” aparecen también en Catalán, pero terminados en “-is” o en “-es”: Peris (de Pérez), Llopis (de López), Gomis (de Gómez) o Llodrigues (de Rodríguez). Igualmente los mismos apellidos castellanos terminados en “-ez” se usan en Portugués, pero cambiando la terminación en “-es”: Fernándes, Rodrigues, Gomes, Lopes, Marques, etc.

Tenemos también en Castellano apellidos provenientes de apodos o sobrenombres. Durante mucho tiempo los apodos o sobrenombres tuvieron como único propósito, precisamente, ese de identificar a las personas más allá de su nombre de pila, y a menudo se adoptaban sobre la base de una característica de la persona. Se decía, por ejemplo, Pedro el gordo, Antonio el rubio, Félix el barbudo, Luis el feo… Con el tiempo Gordo, Rubio, Barbudo, Feo… pasaron a usarse propiamente como apellidos, inicialmente de los descendientes de quienes los llevaban como apodos identificadores, hasta generalizarse.

Las características de la persona que daban origen a tales apodos no fueron sólo de tipo físico, también se formaban apodos a partir de rasgos psíquicos, que luego se convirtieron en apellidos: Alegre, Bueno, Malo, Bravo, Franco...

Algunos apellidos se formaron no propiamente de un apodo, sino de nombres de animales o plantas que de alguna manera se relacionaban con los primeros en llevarlos, y luego pasaron a sus descendientes, hasta generalizarse como apellidos: Borrego, Toro, Becerra, Trigo, Parra, Olivo y su derivado Olivares, Naranjo, Manzano…

Un caso peculiar es el apellido Cabeza de Vaca, poco frecuente, pero famoso en España por Alvar Núñez Cabeza de Vaca, figura importante de la Conquista española, primero en la Península de La Florida y la zona sur de Estados Unidos, ribereña del Golfo de México, y más tarde en el sur del Continente, con actuación muy destacada en el Río de la Plata y Paraguay. Contrariamente a lo que pudiera creerse, el apellido Cabeza de Vaca no tiene nada que ver con ese animal, sino que es un toponímico, y proviene de una región llamada de ese modo, en la Provincia de Orense.

Otro caso curioso es el del apellido Ladrón, que no tiene, como pudiera pensarse, relación alguna con la conducta del que roba bienes ajenos. Ladrón proviene del vocablo latino “latro, onis”, que inicialmente en ese idioma no tenía valor peyorativo, y designaba a un soldado mercenario, y por extensión a la persona que, mediante una paga, servía a otra para su defensa, es decir, un escolta o guardaespaldas. Más tarde el vocablo adquirió la acepción referente al que roba o hurta. En Latín también se usó el vocablo “latro, onis” como apodo o sobrenombre, y se sabe que lo llevaba un retórico amigo de Séneca, conocido como M. Porcio Latrón.

Hay también apellidos que aluden a situaciones particulares, de parentesco, estado, edad, etc.: Nieto, Sobrino, Pariente, Padrino, Casado, Soltero, Mayor, Muchacho, Niño, Infante…